México D.F. Miércoles 7 de enero de 2004
Armando Jiménez
Para comenzar
No lo digo por presumir, pero fui primo de José Alfredo Jiménez, además, amigo de Agustín Lara, de Gonzalo Curiel y de Chava Flores y aunque alguien lo dude, hasta de Miguel Lerdo de Tejada, de Manuel M. Ponce y de Carlos Chávez; desgraciadamente la inspiración musical no se transmite como el Síndrome Respiratorio Agudo Severo, que ahora está de moda.
El papá de José Alfredo y el mío eran de Dolores Hidalgo y primos hermanos, por lo que el compositor y yo, en realidad fuimos primos en segundo grado.
En 1929 (como quien dice ayer), cuando terminé la primaria, mi papá me llevó a conocer su tierra natal, a sus parientes y la casa de Hidalgo, de la cual él, mi padre, fue el promotor de su restauración.
Fuimos en el ferrocarril de la línea México-Laredo, viaje largo y aburrido. En la estación de allá nos esperaban unas personas que nos llevaron en auto, a través de un camino de tres largos kilómetros de terracería hasta Dolores Hidalgo.
Esta población me pareció fea -ahora ha mejorado mucho-; era un villorrio de no más de 8 mil habitantes.
No recuerdo si conocí a José Alfredo porque entonces él tenía tres años de edad.
En 1935 volví a Dolores Hidalgo con mi padre, quien iba con frecuencia por lo de la casa del Libertador, pero ya José Alfredo había emigrado hacia la ciudad de México, por lo que tampoco lo vi. Y si lo hubiera visto no le habría hecho caso, porque a un joven de 18 años, como yo, no le interesa la amistad de un escuincle de nueve.
Fue hasta 1961 cuando ambos entablamos amistad, pero eso ya es otra historia, la cual prometo, con la mano sobre la Biblia, que será menos aburridona que ésta.
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