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México D.F. Miércoles 7 de enero de 2004
ATENTADO CONTRA MEXICO
Los
mexicanos nos hemos convertido, a los ojos del gobierno de Washington y
de las autoridades nacionales, en sospechosos de terrorismo. Tal es la
conclusión de las denigrantes e ilegales prácticas de control
e intimidación que agentes estadunidenses han impuesto en el aeropuerto
de la ciudad de México a todo aquel connacional que osa viajar al
vecino país del norte. Por añadidura, la PGR acaba de reconocer
-en voz del subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos- que realiza
investigaciones en torno a la sospecha de que se esté preparando
un atentado terrorista en alguna terminal aérea del país,
hecho que denota que el gobierno de México se ha uncido ya a la
política de seguridad de la administración de George W. Bush.
A la fecha, las autoridades federales han reiterado que
la "colaboración" de agentes estadunidenses en la terminal aérea
capitalina tiene como objetivo evitar que presuntos terroristas aborden
vuelos con destino al vecino país. Sin embargo, las declaraciones
de Santiago Vasconcelos van más allá: podrían ser
parte de una estrategia de legitimación de la actividad de policías
estadunidenses en suelo nacional, con el dudoso argumento de que en México
estarían operando terroristas. Además, serían muestra
de que el gobierno federal se ha contagiado del frenesí de Washington
y, presa del miedo, la confusión o la simple claudicación
ante el extranjero, ha comenzado a considerar a sus ciudadanos, sin distinción,
como criminales en potencia. La desmesura entre el señalamiento
del subprocurador de que no existen evidencias de que se preparen actos
terroristas desde México y la hostil intervención de agentes
estadunidenses contra los viajeros mexicanos es prueba de lo anterior.
Mucho se dijo que bajo ninguna circunstancia policías
extranjeros abordarían las aeronaves de bandera mexicana como medida
preventiva contra atentados, pero, en cambio, sí se consintió
la actividad ilegal, prepotente y humillante -no en un avión, sino
en territorio nacional- de agentes estadunidenses en la terminal aérea
capitalina. ¿A qué se debe tal incongruencia, tal contradicción?
¿Por qué las autoridades no impiden los agravios a que son
sujetos los viajeros mexicanos? ¿Por qué tanta complacencia
ante la violación de la ley y de la dignidad del país? Como
señalaron especialistas de la Universidad Nacional Autónoma
de México, tal circunstancia podría ser constitutiva de delito,
del que serían responsables los funcionarios que han autorizado
y tolerado tales prácticas.
En el eje de estos hechos se encuentra, finalmente, un
dato que nadie ha sido capaz de demostrar, ni siquiera de delinear con
claridad: la eventual presencia en México de terroristas decididos
a atentar contra intereses estadunidenses o, incluso, nacionales. Si tal
posibilidad fuese cierta, o al menos resultase probable a la luz de datos
objetivos e investigaciones rigurosas, el reforzamiento de las medidas
de seguridad en aeropuertos y otros sitios sería procedente, ciertamente,
bajo el exclusivo control de las autoridades mexicanas, con estricto respeto
a la ley y a las garantías individuales y sin más participación
extranjera que la resultante de los acuerdos de colaboración firmados
entre México y Estados Unidos.
Sin embargo, la realidad refuta tal suposición:
la vigilancia en el aeropuerto capitalino está concentrada en los
viajeros mexicanos que utilizan las aerolíneas del país,
pues los ciudadanos y las compañías estadunidenses no están
sujetos a controles tan amplios, como si los supuestos terroristas fuesen
sólo mexicanos o no pudiesen abordar aeronaves de bandera extranjera.
Las medidas de seguridad realizadas por agentes de Washington en el aeropuerto
no parecen orientadas a detectar terroristas, sino a criminalizar a los
mexicanos, a someter a México a la política de seguridad
del imperio del norte y a sumir a la población en la humillación
y el temor. Tal es el verdadero atentado que ha tenido lugar en México
-país históricamente comprometido con la paz-, perpetrado
a la par por las autoridades mexicanas y por el intervencionismo estadunidense.
¿Es que el gobierno federal es incapaz de gestionar
la seguridad en sus aeropuertos? ¿Tal es su grado de desconfianza
hacia sus instancias policiales y hacia la sociedad? Si el gobierno de
México no comparte estas afirmaciones, ¿por qué renunció
a sus facultades y rindió la soberanía nacional? ¿Por
qué no informa con claridad, rigor y profesionalismo lo que realmente
acontece en materia de seguridad? La vaguedad y las contradicciones de
las autoridades en un asunto tan relevante resultan exasperantes y ofensivas
para la nación. Adicionalmente, resulta sorprendente que el Senado
de la República -entidad facultada para aprobar y vigilar las relaciones
exteriores de México- no haya emitido una declaración institucional
sobre estos graves acontecimientos, máxime cuando esa cámara
está conformada de manera plural y no se encuentra necesariamente
en sintonía con el gobierno panista de Fox.
Como sea, es de exigir el inmediato fin de la actividad
de agentes extranjeros en las terminales aéreas del país
y la restitución del control de éstas a las instancias mexicanas
competentes. Nadie en su juicio y con apego a la legalidad se opone al
necesario combate contra el terrorismo, pero, de igual manera, nada justifica
la actual crisis de la soberanía y de la normatividad del país.
La idea de que cualquier medida resulta justificada para evitar una eventual
pérdida de vidas resulta sesgada, pues la vigencia de la ley y de
las garantías individuales, y el respeto a la soberanía y
a la dignidad de los pueblos han sido siempre las vías adecuadas
para preservar la paz, la libertad y la integridad de las naciones y sus
habitantes.
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