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E D I T O R I A L
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México D.F. Lunes 10 de mayo de 2004

 

EL IRAK DE RUSIA

El bárbaro atentado terrorista perpetrado ayer en Grozny, la capital de la indómita Chechenia, en el que murieron el gobernante local Ahmad Kadyrov y otras 30 personas, y que dejó cerca de medio centenar de heridos, no es un hecho criminal aislado, sino un nuevo episodio de una guerra colonial tan sucia como cualquier otra.

Sin que ello implique de ninguna manera convalidar el asesinato de Kadyrov, es pertinente ponerlo en perspectiva como un suceso que tarde o temprano habría de ocurrir, dados los antecedentes de ese hombre de Moscú en Grozny. Procedente de las filas del clero islámico y antiguo combatiente en el primer conflicto ruso-checheno (1994-1996), en el que se convirtió en un señor de la guerra, Kadyrov desertó en forma inopinada para convertirse, a decir de muchos de sus compatriotas, en una marioneta del presidente Vladimir Putin, quien lo impuso como presidente de la martirizada república caucásica en unas elecciones groseramente manipuladas en las que sus contendientes fueron eliminados uno a uno, y en las que Kadyrov obtuvo más de 80 por ciento de los sufragios.

Por si su condición de colaboracionista del Kremlin no hubiese sido suficiente para suscitar la ira de la mayoría de los chechenos, Kadyrov se desempeñó como un gobernante despiadado, cruel y corrupto, cuyos cuerpos paramilitares, dirigidos por su hijo Ramzan, secuestran, asesinan, torturan, extorsionan y roban, en nombre de la "guerra contra los terroristas", a la población civil. De esa manera el extinto gobernante participaba en la guerra sucia contra su propio pueblo, una guerra en la que Moscú ha realizado acciones tan ilegítimas como el envío de asesinos profesionales a Qatar para eliminar, en ese emirato petrolero, a exiliados chechenos.

De alguna manera, esta guerra es la continuación de una empresa de dominación imperial que lleva ya dos siglos, en cuyo contexto José Stalin acusó injustamente a los chechenos de colaborar con los nazis, los deportó a Asia central y Siberia, alteró el equilibrio demográfico de la república caucásica y causó la muerte de decenas de miles de hombres, mujeres y niños. Entre fines de los años 50 ?en tiempos de Nikita Krushov? y los primeros de los 90, Chechenia vivió en relativa paz, pero en el contexto de la desaparición de la Unión Soviética la república se declaró independiente. En forma paralela, diversos factores propiciaron el asentamiento en ella de poderosas mafias que operaban hacia toda Rusia y establecían incluso conexiones con el extranjero. Moscú percibió la soberanía chechena y el accionar de los delincuentes como sendas amenazas a su seguridad nacional y el entonces presidente Boris Yeltsin ordenó un ataque inmisericorde que redujo a ruinas a Grozny, pero no consiguió acabar con las fuerzas independentistas. Moscú firmó, en agosto de 1996, un armisticio que establecía la salida de sus tropas y la indefinición del estatuto de la república separatista, cuyas autoridades no consiguieron, sin embargo, controlar el terrorismo islámico, las mafias y la delincuencia común.

La segunda guerra ruso-chechena arrancó a finales de 1999, ya con Vladimir Putin en la Presidencia, luego de cruentos atentados terroristas que cobraron centenares de vidas en distintos puntos de Rusia. Hasta ayer, el episodio más aterrador de esa confrontación era la toma del teatro Dubrovka, en Moscú, por un comando de chechenos fundamentalistas, y la cruenta reacción de las fuerzas especiales rusas, las cuales inundaron el local con un gas venenoso que causó la muerte a un centenar de rehenes, y ejecutaron a sangre fría a los asaltantes.

El 11 de septiembre de 2001 Putin vio una circunstancia propicia para hacer, con Estados Unidos, causa común contra el terrorismo islámico, y promulgó, con el beneplácito de Occidente, que su sangrienta injerencia colonial en Chechenia formaba parte de la lucha global contra los terroristas. Sin embargo, la presencia militar rusa en la república caucásica es tan insostenible como ha demostrado serlo la violenta ocupación de Irak por las fuerzas invasoras angloestadunidenses. Si bien se trata de asuntos con génesis muy diferentes, la trágica circunstancia del país árabe puede compararse con la de Chechenia. Se trata de dos guerras que no podrán ser ganadas por los respectivos ocupantes y la única solución viable en ambos casos es, por ello, la salida inmediata de las tropas extranjeras.
 

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