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México D.F. Viernes 25 de junio de 2004
IRAK: DETENER LA MASACRE
La
invasión y ocupación de Irak por Estados Unidos e Inglaterra
desembocó desde el primer momento en una guerra de resistencia contra
la agresión extranjera; cuando ésta generó autoridades
títeres, la confrontación se ha ramificado y ahora, en el
martirizado país árabe, tiene lugar también una guerra
entre colaboracionistas y diversas organizaciones, tanto seculares como
islámicas, de liberación nacional. A menos de una semana
de la mascarada del "traspaso" de poder de las autoridades ocupantes a
sus títeres locales, las acciones armadas de la resistencia contra
los segundos han cobrado intensidad insospechada, con un costo diario de
decenas de vidas de iraquíes.
En la jornada de ayer, en diversos atentados dinamiteros
y combates en media docena de localidades, murieron un centenar de personas
y más de 300 quedaron heridas. A más de un año de
la caída del régimen que presidía Saddam Hussein,
es un tanto grotesco insistir -como hizo el primer ministro del gobierno
pelele, Iyad Allawi- en que tales ataques son realizados por remanentes
de la desaparecida dictadura. Más aún, hay datos que indican
que buena parte de las acciones de la resistencia realizadas ayer fueron
autoría de la rama local de Al Qaeda. No puede pasarse por alto
la ironía trágica de que fue precisamente la invasión
angloestadunidense la que creó las condiciones para que esa organización
terrorista pudiera implantarse y crecer en Irak, en donde, en tiempos de
Saddam, no tenía ningún margen de acción.
Pero los grupos fundamentalistas sunitas o chiítas
no son, por cierto, los únicos componentes de una resistencia nacional
que incorpora también organizaciones laicas, baazistas o no, y cuya
capacidad de combate y respaldo social hace por demás inviable un
régimen títere, y eso coloca a los gobiernos de George W.
Bush y Tony Blair en una difícil disyuntiva: si insisten en mantener
en Irak un régimen conformado a la sombra de la ocupación
militar, tendrán que prolongar en forma indefinida esa ocupación,
con los costos políticos, económicos y humanos que conlleva
para los propios estadunidenses, y con la perpetuación de la guerra
en el país invadido. Si las potencias agresoras retiran sus tropas,
deberán, en cambio, resignarse a una pronta derrota de sus marionetas
locales ante un movimiento de liberación cada vez más cohesionado,
organizado y legitimado por el grueso de la población.
Por cálculo de sobrevivencia política, ya
que no por humanidad, Bush y Blair tendrían que detener la carnicería
en curso mediante la única forma posible, que es la inmediata salida
de Irak de las fuerzas de ocupación, y dejando que los habitantes
de ese infortunado país resuelvan por sí mismos su futuro.
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