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México D.F. Sábado 3 de julio de 2004
Carlos Payán Velver
Barragán
Si para él la casa era una prolongación del jardín y éste, el jardín, cualquier jardín, un pedazo del Paraíso, Ƒno sería también la casa, para él, una prolongación del Paraíso o, acaso como aspiración, quizá, ambos, una voluntad de encontrar, de recuperar las plantas y las piedras del sueño extraviado?
Extravío y encuentros, sombra y luz, sueño sobre el sueño y la vigilia... que le permite ver, vislumbrar, reconocer en el latente fuego de la memoria los diferentes trazos que se le han ido acumulando y, poco a poco, delineando, dibujando, hasta convertirse en formas, en materia viva...
ƑQué hay en estos espacios? ƑQué encuentra uno en ellos cuando los recorre?
Al ascender por la escalera, o pasadizo, diríamos, esa escalera angosta que lo lleva a uno a la azotea, al entrar en ella, la azotea, de pronto nos sorprende el cielo capturado entre los muros. Vértigo celeste, sentimos, al paso que entramos a un patio cercado por altos muros y elevadas torres, un campo de experimentación para subrayar volúmenes, para hacer permanecer aciertos, lugar en que la mirada tiene que buscar no un punto de vista, sino todos los puntos de vista y descubrir que cada sitio ha satisfecho la visión estética de su creador.
Pasar de un espacio a otro es, en principio, pasar de una emoción a otra, de una emoción estética a otra, de un deslumbramiento a otro, de una felicidad a una felicidad nueva -šOh alegría de la luz y del color!-, y luego, de una soledad a otra, ésta más profunda que aquélla, aquélla más bíblica, ésta más soterrada y mundana y, por tanto, más terrible.
Al pasar de la luminosidad del estudio al pequeño patio interior, cuyo piso ha construido con oscuros adoquines de piedra, se produce un sobresalto en el corazón: El agua del estanque no se mueve, pero refleja el cielo. Entonces, una serena paz inunda el espíritu.
Al traspasar el umbral que da al jardín uno descubre otra luz, la que llega por entre las ramas y las hojas y se mueve por entre ellas y toca ahora aquí, ahora allá, llenando de oros el espacio. Entonces vuelve uno a pensar con él, que todo jardín contiene un pedazo del Paraíso, y descubre que las lindes con la casa no existen o se han borrado y que uno y la otra son en cierta manera pedazos del Paraíso soñado por el alma colectiva de los hombres.
Parafraseando a Ferdinand Bac, constructor de jardines a quien Barragán admiraba, podemos decir que esto que ustedes pueden ver, o sentir, o adivinar, es la esperanza de una felicidad nueva, un viaje al fondo de un espacio inencontrable, pleno de murmullos y de misterio, donde hallaremos no sé qué... Todo.
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