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México D.F. Domingo 19 de septiembre de 2004
Adolfo Gilly
De piqueteros y otros sujetos
La mundialización no uniforma a los países
ni aplana a las naciones. Más bien, el hondo espesor de la historia
modela desde atrás las formas que en cada uno de ellos toma el proceso
global. La expansión sin límites de las relaciones capitalistas,
el despojo del patrimonio humano y la proletarización y desvalorización
universal de la fuerza de trabajo exacerban hoy, en sentido negativo para
los pueblos y positivo para la valorización del capital, los rasgos
propios de cada país tal como éste se fue haciendo en la
historia.
En Estados Unidos hoy trabajan muchas más horas
semanales que en Europa occidental, y los asalariados de todos los niveles
están devastados por el estrés, al mismo tiempo que en su
territorio se acumulan riqueza y capitales. En México se extienden
la compresión inaudita de los salarios, la crisis del campo, la
pobreza ancestral y la emigración al norte. En Argentina, se acentúa
la concentración de la propiedad y la renta agrarias, se desvaloriza
el trabajo asalariado bajo la presión de las altísimas tasas
de desempleo y se destruye la legislación del trabajo, el conjunto
de normas jurídicas e instituciones protectoras conquistadas y,
en cierto modo, hechas cultura desde la segunda posguerra mundial.
En este panorama, lo primero que surge del libro de Guillermo
Almeyra, La protesta social en la Argentina. 1990-2004 (Buenos Aires,
Ediciones Continente: 2004) es la especificidad de esta situación
en el país del sur, estudiada en detalle tanto en su realidad presente
como en su origen histórico, y, al mismo tiempo, la ubicación
de esa especificidad argentina dentro del hoy ilimitado proceso global
de expansión y valorización del capital.
La actual expansión mundial del capital se mueve
sobre dos vías paralelas: 1) la desvalorización universal
de la fuerza de trabajo, mediante la flexibilidad laboral, la reducción
salarial, la desprotección social y legal de los trabajadores, la
incorporación a la relación salarial de más y más
poblaciones rurales y la instalación global de un desempleo estructural,
procesos que toman formas históricas, sociales y culturales propias
de cada país; 2) la consolidación de todas las formas de
la renta por apropiación privada del patrimonio común: las
rentas agraria, minera, del agua (y pronto del aire), la renta urbana,
la renta de la biodiversidad y de la genética, la renta de los múltiples
saberes, antiguos y modernos, expropiados, patentados y subsumidos al capital.
La locomotora que arrastra a este tren indetenible sobre
esas dos vías se llama violencia, una violencia nunca vista
antes en su concentración y en su eficiencia.
Esta marcha hacia el desastre y la barbarie, que algunos
denominan "progreso", es tal vez lo que tuvo presente Walter Benjamin cuando
escribió: ''Para Marx, las revoluciones son la locomotora de la
historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Tal vez las revoluciones
sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, jala el freno
de emergencia''.
Lo que hace ante todo este libro de Guillermo Almeyra
es ubicar aquellas dos vías en la historia, la realidad y la especificidad
argentinas: por un lado, la persistente centralidad de la renta de la tierra
y del poder de la oligarquía terrateniente (hoy también financiera),
en un país nunca rozado por una reforma agraria; por el otro, la
también persistente resistencia y cultura del trabajo bajo sus sucesivas
manifestaciones históricas y coyunturales -que Almeyra describe,
analiza y diferencia con cuidado-, sin que se haya roto la continuidad
de esa herencia inmaterial del pueblo argentino; finalmente, el papel subsidiario
(y subordinado a los señores de la tierra y al universo sin fronteras
de las finanzas) de los empresarios industriales argentinos y sus voceros
políticos, una burguesía industrial que, salvo en el corto
interregno de los gobiernos peronistas de posguerra (1943-1955), nunca
logró arrebatar a la oligarquía terrateniente el control
del ejército y la marina, es decir, de los instrumentos institucionales
de la violencia estatal. Muy distinta fue la historia en México,
donde la revolución y la guerra campesina de 1910-1920 destrozaron
al ejército de la oligarquía porfiriana y, en su segunda
ola cardenista de los años 30, dieron el sustento para realizar
una profunda reforma agraria y para hacer de la recuperación estatal
del petróleo una causa y una movilización nacionales.
Por eso el libro de Guillermo Almeyra se apoya en dos
sólidos pilares que nunca es bueno olvidar: renta de la tierra y
sus señores; clase de los asalariados industriales y agrarios con
sus culturas de resistencia, organización y lucha. No bastan ellos
para explicarlo todo, pero sin ellos no se entiende nada.
En este marco, que es el punto de intersección
entre la historia nacional (con sus dominantes y sus subalternos) y la
historia universal (y no en los escuetos marcos de la dependencia, en los
cuales el contrario está sólo afuera y la globalización
es vista como un enemigo y no como un proceso del capital), es donde Almeyra
ubica su estudio de la protesta social en Argentina en los úiltimos
quince años, los del auge y, tal vez ya, declinación de la
gran fiesta del capital, el neoliberalismo.
Este libro es entonces, en primer lugar, un recuento de
los orígenes históricos y culturales, y no sólo económicos
y coyunturales, del extraordinario y original movimiento de los piqueteros
en Argentina, que reciben y reinventan bajo formas nuevas la herencia
secular de las organizaciones de trabajadores y, al hacerlo, conforman
nuevas subjetividades en la vida, antes que en los estudios culturales,.
"Lo fundamental, a mi juicio, al estudiar la protesta social y los movimientos
que ella produce, es la construcción de una nueva subjetividad,
la construcción y trasformación del sujeto mediante la acción
colectiva", escribe Almeyra. A esta cuestión está dedicado
todo el cuarto capítulo, titulado "La lenta construcción
de los sujetos".
En segundo lugar, es una discusión con autores
actuales como Alain Touraine, John Holloway y otros, que han escrito sobre
los movimientos sociales en Argentina y con los cuales el diálogo
es indispensable; una revisión de la bibliografía argentina
reciente al respecto, con autores como Maristella Svampa, Sebastián
Pereyra, Javier Auyero, Raúl Zibechi, Stella Calloni y otros, que
han producido estudios y crónicas notables; y una polémica
(a veces subida de tono, pero cada uno tiene su estilo...) con lo que Almeyra
llama "modas de importación", teorías importadas "llave en
mano", como las fábricas, dice, que sus seguidores cambian como
quien muda modelo de automóvil para estar al día con sus
vecinos o con sus pares. No resisto, por aquello de que el estilo es el
hombre, a citar uno de sus párrafos sobre el tema. Escribe Almeyra:
"Es conocida la capacidad nacional de comprar buzones.
La Argentina bate récords mundiales en el furor con que sigue la
moda de los gurúes de importación, en particular franceses
o europeos. Althusser, Poulantzas, Giddens y su tercera vía, Lacan,
Baudrillard, Lyotard, Badiou, Petras, Negri y tantos otros llenaron efímeramente
la cabeza y las bibliotecas de académicos y políticos que
querían estar à la page y, por supuesto, jamás
habían conocido el marxismo de primera mano".
El libro de Almeyra es, en tercer lugar, una reflexión
política y teórica sobre los conceptos complementarios, pero
no idénticos, de autorganización y autonomía, en sus
formulaciones teóricas, sus manifestaciones históricas, sus
implicaciones políticas y sus apariciones presentes. Estas van,
sostiene Almeyra, desde la administración por los trabajadores de
las empresas ocupadas en Argentina (al final del volumen hay una lista
de tres páginas de empresas abandonadas por sus propietarios y recuperadas
por sus trabajadores), hasta las autonomías indígenas y las
Juntas de Buen Gobierno zapatistas.
Finalmente, y en cuarto lugar, toda la segunda parte de
este libro es un relato sobre una historia argentina reciente, la de los
años 90 del siglo XX y primeros del siglo XXI, la de los movimientos
obreros y populares de resistencia y protestas donde aparecieron los piqueteros,
esa encarnación trasfigurada de la experiencia y la cultura de los
trabajadores industriales argentinos; donde la iniciativa de las provincias
terminó por impregnar y arrastrar a la capital, el puerto de Buenos
Aires, su periferia pobre y trabajadora y sus barrios de clase media empobrecida
y defraudada; y donde todo esto desembocó en la gran insurrección
popular de los días 20 y 21 de diciembre de 2001, que tumbó
cinco efímeros gobiernos sucesivos y, sin conquistar ningún
poder ni en apariencia ir mucho más lejos, metió el miedo
en el alma a las clases dominantes, también más allá
de las fronteras argentinas, y creó algunas de las condiciones para
la actual navegación del presidente Kirschner.
En la década larga que llevó su aparición
y su organización los piqueteros, trabajadores urbanos desempleados,
inventaron una nueva forma de lucha y le dieron el nombre que su historia
les había legado: piquetes, como los piquetes que cerraban
las puertas de las empresas en las grandes huelgas fabriles o generales
de un pasado no tan lejano. Ahora, sin empleo, no podían ocupar
o cerrar las empresas, es decir, no podían bloquear al capital en
el lugar de producción. Decidieron entonces bloquearlo al nivel
de la circulación, cortando caminos y carreteras, interrumpiendo
así la comercialización de sus productos y manteniendo, en
los piquetes, las propias formas de organización en lucha: reuniones,
asambleas, ollas populares, turnos de vigilancia, como también lo
refieren Maristella Svampa y Sebastián Pereyra en su notable estudio
Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras
(Buenos Aires: Biblos, 2003).
Los cuatro últimos capítulos del libro de
Almeyra dicen en sus títulos ese recorrido de la protesta: ''La
insurgencia provinciana''; ''Trueque, cartoneros, piquetes: la autorganización
en Buenos Aires"; "Los cacerolazos y las asambleas"; "La rebeldía".
He tratado aquí, hasta donde me lo permiten el
tiempo y el lugar de esta presentación, de dar a un público
mexicano una imagen y una idea aproximada del cúmulo de hechos,
narraciones, experiencias individuales y colectivas, polémicas y
perspectivas que conforman este nuevo libro de Guillermo Almeyra. Están
en él las lecturas, los análisis y los afanes intelectuales
y políticos del autor, profesor de esta Facultad de Ciencias Políticas
y Sociales de la UNAM y de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Pero está también, filtrada por una amplia cultura de libros,
residencias y viajes, una experiencia de vida.
La solapa de La protesta social en Argentina dice
que Guillermo Almeyra nació en Buenos Aires el 19 de agosto de 1928.
Acaba de cumplir, pues, 76 años. Aprovechemos la ocasión
para felicitarlo, por su libro y por sus años.
Texto leído durante la presentación
del libro de Guillermo Almeyra, La protesta social en la Argentina,
el 7 de septiembre en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
de la UNAM.
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