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México D.F. Domingo 19 de septiembre de 2004 |
La Jornada, veinteañera
En
febrero de 1984 se echó a andar un proyecto informativo que habría
de tomar cuerpo, en septiembre de ese mismo año, hoy hace dos décadas,
en la primera edición de La Jornada. Desde antes de su nacimiento
muchos auguraron una vida efímera a nuestro periódico y advirtieron,
con mala fe o sin ella, que el proyecto no podría salir adelante
en el entorno asfixiante y monocorde que era la vida política nacional
en aquellos años, o bien que la comunidad jornalera sería
incapaz de sobrellevar su propia diversidad, entre otros pronósticos
adversos. Desde entonces, es decir, desde siempre, este diario ha sido
objeto de diagnósticos fatales y extremaunciones anticipadas.
Ello no ha impedido el desarrollo y la consolidación
de una propuesta periodística que, sin dar la espalda al país
oficial, encuentra su razón de ser en las realidades discordantes,
amargas, esperanzadoras e irreductibles de la sociedad real, del país
que hace 20 años no salía en la foto de los medios y que,
sin embargo, ha protagonizado las transformaciones nacionales ocurridas
de los años 80 a la fecha: el país de las oposiciones políticas,
las disidencias sindicales, los descontentos agrarios, los activismos sociales
de toda clase; el país de las minorías étnicas, religiosas
y sexuales; el país de los que han entregado su vida a la pasión
artística, académica y científica; el país
que no se refleja en los indicadores macroeconómicos pero que puede
percibirse con la mirada de las amas de casa, los estudiantes, los habitantes
de barrios marginales, los pequeños y minúsculos empresarios,
siempre ensalzados por el discurso gubernamental, e invariablemente sacrificados
en aras de los intereses financieros trasnacionales y de sus franquiciatarios
vernáculos.
Hace 20 años resultaba casi inconcebible una cobertura
periodística interesada en posturas alternativas al aplastante discurso
oficial, en la promoción de valores como la pluralidad, el régimen
de partidos, el federalismo real, la separación efectiva de poderes
y el respeto pleno al sufragio, y en el registro cotidiano de la diversidad
política y cultural de la sociedad. No era viable, se adujo entonces,
un proyecto informativo sustentado en esas convicciones. Hoy día,
cuando la democratización formal del país ha experimentado
avances indiscutibles, algunos encuentran exasperante, anticuado y sectario
que La Jornada se mantenga fiel a principios como la defensa de
la soberanía nacional y el rechazo a la intervención -especialmente
cuando se trata de invasiones violentas y criminales, como las que tienen
lugar en Irak y Afganistán--, la procuración de justicia
social -sin la cual la democracia es sólo una máscara de
sí misma--, el respeto a los pueblos indígenas y la preservación
del patrimonio público en áreas estratégicas de la
economía. Esos empeños, dicen ahora, acabarán por
destruir al diario.
En realidad, la fidelidad de La Jornada para con
esos principios fundacionales es lo que explica su sobrevivencia y su consolidación
institucional y empresarial a lo largo de estas dos décadas, sus
primeras dos décadas, en las cuales el periódico ha participado
con espíritu propositivo en las gestas cívicas y políticas
del país. En el curso de las 7 mil 208 ediciones realizadas entre
el 19 de septiembre de 1984 y el día de hoy, se ha ido estableciendo,
entre La Jornada y los sectores sociales que son sus interlocutores
naturales y preponderantes, un pacto sólido y fructífero
que encuentra en las nuevas realidades nacionales razones fundadas para
renovarse. Y es que los cambios experimentados por México en estos
20 años no siempre han sido para bien. Es cierto que hoy se vive,
como nunca antes, la vigencia de las formalidades democráticas,
y que los márgenes de las libertades individuales han conocido un
ensanchamiento que en el sexenio de Miguel de la Madrid resultaba impensable.
En cambio, el país es hoy más desigual e injusto que entonces,
más escindido entre la riqueza y la miseria extremas, menos solidario
y mucho menos soberano. En el exterior, la disolución del viejo
orden bipolar no se ha traducido en un mundo más pacífico
y seguro. Por el contrario, el unilateralismo imperante ha esparcido la
violencia, la barbarie y la inestabilidad.
En estas circunstancias, el proyecto periodístico
de La Jornada sigue siendo fundamental no sólo para dar curso
a las convicciones profesionales de quienes elaboran el diario, sino también
para ofrecer a sus lectores una información cotidiana veraz y atenta
no sólo al pulso del poder político y económico, sino
también a la vida de las personas de buena voluntad, los marginados
y los anónimos, así como a quienes resisten, desde todos
los ámbitos, la expansión hegemónica e inescrupulosa
del utilitarismo financiero, la frivolidad del poder ejercido como un fin
en sí mismo y las acechanzas contra las libertades y los derechos
fundamentales. Al iniciar su tercera década de existencia, La
Jornada mantiene intactas su pasión por la justicia y por la
verdad, su disposición a aprender de sus propios errores y su simpatía
de inicio para las locuras que apuntan a transformar el mundo. Es, pues,
un diario joven, y se propone seguirlo siendo. Para ello no sólo
se requiere del continuado esfuerzo de sus trabajadores, colaboradores
y directivos, y de la aprobación y el entusiasmo de sus accionistas,
sino también de la participación de los lectores a los cuales,
en última instancia, se debe su proyecto.
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