México D.F. Domingo 19 de septiembre de 2004
MAR DE HISTORIAS
Ritual de muerte
Cristina Pacheco
Asueñado, el guardia retira la cadena y abre la
reja del cementerio. Sin mirar a la primera visitante de la mañana,
le advierte que camine despacio, porque la tormenta nocturna deshojó
los árboles y las veredas están resbalosas.
Nina
se alegra de que el guardia no sea el mismo que la recibió los años
anteriores. Le pregunta, como si no lo supiese, dónde queda la tercera
sección. En medio de un bostezo el hombre señala hacia el
norte.
Mientras avanza por el sendero, Nina observa los monumentos
fúnebres. Le gusta, particularmente, el del ángel con las
alas desplegadas y los pies hundidos entre lirios. La primera vez que vio
la estatua, hace 19 años, se dijo que mandaría esculpir una
idéntica para la tumba de Sotero.
Ahora se burla de sus sueños. A lo más que
llegó fue a poner una cubierta de granito sobre la fosa de su amante.
Cuando ordenó el trabajo, el lapidario le pidió información:
"El segundo apellido del finado y su fecha de nacimiento. La de su muerte
ya me la dijo: 19 de septiembre de 1985".
Cuando no pudo satisfacer al grabador, Nina se dio cuenta
de que ignoraba cosas fundamentales acerca de Sotero: el hombre más
importante de su vida desde que lo conoció en el taller donde ella
era costurera y él capataz.
Para huir del recuerdo, Nina acelera el paso. Resbala
y evita la caída aferrándose a la reja de una cripta. Entre
los barrotes descubre a una araña inmóvil, como muerta, y
a una mosca que avanza por la telaraña. Nina se acerca y sopla con
la esperanza de alterar la ruta del insecto. No lo consigue y prefiere
alejarse para no ver el desenlace.
II
La tumba de Sotero está rodeada por charcos y hierba
crecida. Nina desliza la mano para retirar las hojas que ensucian la cubierta
de granito. Ve la inscripción y piensa otra vez en todo lo que ya
nunca sabrá acerca de Sotero. Sigue las letras de su nombre con
el índice. Lo hace conla misma ternura con que acariciaba las cicatrices
en el hombro derecho de su amante.
La
única vez que ella le preguntó por qué tenía
esas marcas, él se levantó de la cama disgustado, le ordenó
que se vistiera y le advirtió: "Mis cosas son nada más mías.
No vuelvas a preguntarme nada".
Nina tuvo que aplicar ese principio a todas las acciones
de Sotero, incluidas sus ausencias y sus actitudes de favoritismo hacia
otras costureras del taller. Las trabajadoras ignoraban la relación
de Nina con el capataz, y eso les permitía referirse al acoso con
que él las presionaba a cambio de conservarles el puesto, a abogar
en su favor ante el patrón.
Al oír esos comentarios, Nina sentía repugnancia
por Sotero; desprecio hacia sí misma por amar a un hombre indigno
y cruel. Dividida entre la culpa y el deseo, consideraba la posibilidad
de rechazarlo; pero olvidaba sus buenos propósitos en cuanto él
volvía a desplegar sus artes de seducción. Entonces se entregaba
sin memoria, sin reservas, sin reproches, sin miedo.
En secreto, Nina acabó por odiar a todas sus compañeras
y por obsesionarse con las de nuevo ingreso. Su último tormento
fue Gloria. Después de una semana de trabajar en el taller, a principios
de septiembre de 1985, Sotero le ordenó a la recién llegada
que sustituyera a Nina en la máquina over.
Sin protestar, Nina aceptó la transferencia al
área de planchado. Los siguientes días tuvo que esforzarse
para no seguir las recomendaciones que sus compañeras le daban a
la hora de comer: "No seas tonta: pide una cita con el patrón y
dile lo que el pinche capataz acaba de hacerte".
Nina justificaba su mansedumbre: "Al patrón no
le gusta que andemos con chismes. Sotero puede salirle con que me cambió
porque estoy trabajando mal y a lo mejor hasta me liquidan". Alicia, la
más aguerrida de todas, insistía: "Pues te vas a otro taller.
Con la experiencia que tienes, me canso que rápido te contratan".
Nina se mordía los labios para no confesar que
si algo la anclaba en ese taller era la esperanza de que Sotero formalizara
su relación. Por eso fue tan dichosa la tarde en que su amante,
en vez de llevarla al hotel, le dijo que irían a su casa porque
deseaba pasar toda la noche con ella.
Ilusionada, agradecida, Nina apenas se atrevió
a decirle que los miércoles por la noche su madre la llamaba desde
Chilpancingo a la casa de una vecina para darle noticias de sus hermanos.
Sotero la tranquilizó: "Le hablas mañana y le dices que recibimos
un pedido urgente y que te quedaste trabajando horas extras".
Fue una noche maravillosamente fatigada en los encuentros
amorosos. La excitación mantuvo a Nina despierta. Mientras acariciaba
la espalda de su amante, repetía la fecha más feliz de su
vida con la promesa de recordarla siempre: 18 de septiembre de 1985.
III
Nina paga los servicios del camposantero que la ayudó
a limpiar la tumba. La cubierta de granito resplandece y un pálido
rayo de sol cae sobre la única fecha que acompaña el nombre
de Sotero: 19 de septiembre de 1985. Nina se tortura con la eterna pregunta:
¿qué habría sucedido si aquella mañana hubiera
insistido para que Sotero la acompañara hasta la esquina del taller?
En vez de hacerlo esperó a que él se durmiera
y salió a la calle, con el cuerpo aún húmedo y tibio,
urgida de presentarse en su trabajo antes de que Evaristo, el jefe de turno,
castigara su retardo con tres días de suspensión sin goce
de sueldo.
Nina recuerda que al pasar frente a la panadería,
como siempre, miró el reloj: eran las 7:15. La certeza de que estaba
a tiempo la tranquilizó. De pronto, sintió como si le golpearan
el pecho. Perdió el equilibrio, se apoyó en la pared y contempló
una escena distorsionada que atribuyó al desvelo: edificios tambaleándose,
cables girando enloquecidos, chisporrotazos, vidrios estrellándose
contra el suelo. Una piedra le rozó el hombro y le desgarró
la piel. Alguien le gritó: "¡Corra!" Nina obedeció
por instinto, sin comprender su impulso de escapar ni de qué huía.
Empezó a entenderlo cuando por fin logró
llegar al taller. Tirado junto a la puerta caída, entre piedras,
vio el cuerpo de Evaristo. Sobre la escalera intacta llovían tierra
y polvo. Temblando, Nina subió los dos tramos que la separaban de
su área. Lanzó un grito cuando vio la confusión de
escombros, rollos de tela, figurines, máquinas, cuerpos. Bajo la
over había quedado Gloria.
Antes que en su familia, pensó en Sotero. Lo único
que le importaba era volver junto a él, comprobar que estuviera
a salvo y decirle: "Estoy viva". No imaginó siquiera que le resultaría
imposible hacerlo: del edifico donde había pasado la noche con su
amante sólo quedaba un hueco enorme coronado por una nube de humo
negro.
IV
El tañido de una campana libera a Nina del recuerdo
y la devuelve a su realidad. Tiene que asistir a la misa que cada año
celebran las costureras en memoria de las fallecidas durante los terremotos,
y después presentarse en su trabajo.
Nina es detallista en una fábrica de ropa. Ya no
recibe llamadas los miércoles: su madre murió y sus hermanos
emigraron a Estados Unidos. Las raras ocasiones en que le hablan por teléfono
la invitan a que siga sus pasos: "Allá todo está cada vez
peor y ya no queda nadie de la familia. ¿Qué esperas para
venirte con nosotros?" Nina responde que ya no está en edad de correr
aventuras. Su explicación oculta el único motivo que la retiene
aquí: Sotero.
Rumbo a la salida, al pasar frente al monumento donde
estuvo a punto de caer, Nina se detiene y mira: en la telaraña sólo
queda el esqueleto arriscado de la mosca.
|