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Semanas atrás tuvo lugar en distintos foros de Seúl una serie de homenajes en honor del cineasta Alejandro Jodorowsky, igual que la proyección en varias salas de algunas de sus películas remasterizadas. El público, compuesto de jóvenes sobre todo, llenó los espacios donde se presentaba y, de manera admirable, la prensa coreana se ocupó cada día de la estancia del maestro en Seúl, con notas y críticas elogiosas. Poco después de esa visita se produjo la de j.m.g. Le Clézio, quien viajó a Corea por cuarta ocasión, a decir de la prensa local. El propósito anunciado fue que entrevistaría a algunos directores de cine del país, en respuesta a una solicitud del comité organizador del Festival de Cannes, el cual le habría pedido realizar un trabajo sobre la cinematografía coreana, una exploración de las relaciones entre el cine y la literatura, según la propia declaración del ecuménico novelista francés. Ambos acontecimientos fueron posibles gracias al desarrollo notable que ha alcanzado la cinematografía coreana en los últimos años. Así lo revela la cantidad de filmes que producen anualmente, el creciente número de aficionados a su cinematografía y, desde luego, a los cineastas de ese país que cada vez obtienen mayor reconocimiento internacional. Como el nuestro, el cine coreano tuvo también una época dorada: entre 1955 y 1960 se rodaron más de cien películas. Sin embargo, el arribo de los regímenes militares apagó aquella efervescencia y hubo que esperar hasta comienzos de la década de los noventa para atestiguar su renacimiento, el que ha coincidido, no por casualidad, con los avances materiales que el país ha obtenido en casi todos los órdenes de la vida nacional. EL CINE COREANO Anualmente la industria cinematográfica coreana produce unos seiscientos cortometrajes y al menos unos cincuenta largometrajes –aunque en 2006 se hicieron más de cien–, cifra envidiable en un país de poco menos de cincuenta millones de habitantes –setenta millones si incluimos la parte norte–, con idioma propio. Abundan los melodramas –a diferencia de la literatura, el deslinde en la calidad cinematográfica es todavía materia de contención– desde luego, uno de los géneros favoritos del público coreano, pero la riqueza temática abarca todas las facetas. La industria, bien organizada y con recursos imaginativos y financieros en abundancia, hace prever un futuro regocijado a los amantes del buen cine. Por supuesto, Corea cuenta ya con varios festivales de cine; el más popular es el que se realiza durante el otoño en Pusan, que año con año gana nuevos adeptos. El patriarcado entre los cineastas coreanos lo sigue ocupando el maestro Im Kwon-taek, premiado en varios festivales, incluido el de Berlín, y cuya película Sopyonye (Canto del Oeste) ha sido aclamada unánimemente. A principios de año se proyectó en México su película Pinceladas de fuego, que tuvo gran acogida, y a fines de abril asistimos, en Seúl, a la première de Más allá de los años, su centésimo film. Sin embargo, en los últimos lustros emergió en Corea una generación de jóvenes directores, nacidos casi todos en los años sesenta y setenta del siglo pasado, que ha llevado el prestigio de su cinematografía a los principales festivales del mundo. Al menos una docena entre ellos está haciendo cine de gran valor artístico. Park Chan-wook, autor de Area de seguridad compartida y Old Boy es uno de los más reconocidos. Junto a Park podemos citar a Kim San-jin, director de esa estupenda película que tanto evoca la literatura de Julio Cortázar, con ese jugueteo soterrado, esa tensión traviesa, esa aparente carencia de cabos: Ataque a la gasolinera; a Choi Dong-hun, quien creó ese penetrante thriller como es La gran estafa.
Artífice de filmes controvertidos, Kim Ki-duk es otro de los más reputados representantes del nuevo cine coreano, creador, entre varias magníficas obras de Primavera, verano, otoño, invierno, primavera... y quien junto con Lee Chang-dong, antiguo ministro de Cultura y autor de filmes intensos y conmovedores como Oásis, participaba en el Festival de Cannes mientras se escribían estas líneas. Memorias de un asesinato, película de factura impecable, fue hecha por Bong Joon-ho y Kim Ji-woon dirigió Historia de dos hermanas. No podía faltar, claro, una mujer, la directora Lee Jeong-hyang, autora de Camino a casa. Junto a ellos y otros realizadores de cine de autor existe, naturalmente, una cauda de directores de cine comercial, con gran éxito de taquilla. EL CINEASTA Park es un cineasta con un estilo bastante definido, ya que aun en las más rápidas referencias a sus modelos, aporta una perspectiva original. Su lenguaje cinematográfico eleva el lugar común a nuevos matices y la belleza de forma en la ejecución lo convierten en uno de los realizadores más sólidos. Aunque ha dirigido ya una docena de películas, Park es reconocido, sobre todo, por lo que he bautizado como la Trilogía de la Venganza: Sympathy for Mr. Vengeance, Old Boy y Simpathy for Lady Vengeance. Se trata de tres filmes cuyo tema central es la venganza: su incubación, su desarrollo, su consumación y sus secuelas. Si bien algunos críticos consideran que el cine de Park se rige por patrones de factura estadunidense en cuanto a su estructura –su recurrencia continua a los flashbacks– y a su financiamiento, la caracterización mayor es que su cine es violento. La imagen del protagonista de Old Boy masticando un pulpo vivo –una imagen por completo goyesca– levantó cejas y despertó rechazos en varias partes, y en el colmo de la ignorancia, alguna prensa usamericana –para seguir a Adolfo Castañón– comparó, semanas pasadas, al protagonista de Old Boy mientras sujeta el martillo en posición de ataque, con el asesino de Virginia. Park estudió filosofía en la Universidad Sogang (jesuita), en Seúl, pero –conforme a una de sus biografías– cuando vio Vértigo determinó que le gustaría hacer cine. Como ocurre con buena parte de los cineastas, los inicios de Park demandaron la manufactura de guiones y el aprendizaje como ayudante de director, al tiempo que escribía crítica de cine. En 1992 dirigió su primera película, la que no atrajo mayormente la atención. Uno de los temas que mayor impacto tiene entre el público coreano, y más allá de sus fronteras, es el relativo a las vicisitudes que representa la división del país, una herida latente que lastima y determina en buena medida la conducta de los coreanos todavía. Se han hecho varias películas exitosas sobre ese tema. Area de seguridad compartida, de Park, premiada el año 2000, es una de las mejores del género. Fue esta película la que transformó su carrera, al llamar la atención de la crítica, además de resultar un éxito de taquilla. Ello le permitió, en lo sucesivo, contar con la posibilidad de dirigir con libertad y sin apremios. Su obra ha obtenido reconocimientos tanto en su país como en los festivales de cine de Cannes y Berlín, y año con año es invitado a Venecia. El reconocimiento más reciente, el Alfred Bauer –que premia la innovación del lenguaje cinematográfico– lo recibió en Berlín por su más reciente película: Soy un cyborg, pero no importa, un film de amor entre dos lunáticos que, asegura el director, le demandó mayor esfuerzo que la realización de los que componen la Trilogía. LA TRILOGÍA En una conversación sostenida con el director hace poco, ahondamos en las motivaciones de su arte. Confesó que en su niñez leyó una versión abreviada de El conde de Montecristo y cómo esa lectura lo marcó para toda la vida. Así se explica por qué los personajes principales de su Trilogía sufren encierro por años –en el caso del protagonista de Mr. Vengeance, ha sido su hija– y durante su cautiverio engendran el sentimiento de venganza, que en lo sucesivo será la nota única y distintiva de su vida. Durante su cautiverio, prosigue Park, los protagonistas no sólo engendran el sentimiento de la venganza sino, también, padecen una transformación, madura su yo interno y, fatalmente, una vez consumada la venganza, se descubren vacíos. La violencia, nos confió, le tocó vivirla durante la década de los ochenta, con la represión a las manifestaciones estudiantiles en su país. La violencia y el castigo, considera, son formas de redención.
Sabemos que la opresión provoca la venganza y que en el hombre hay mala levadura, fuerzas oscuras que acarreamos los humanos y al manifestarse nos tornan violentos. Así, las películas que forman su Trilogía están moldeadas con varios elementos privativos, con ciertas características fundamentales de la tragedia griega. Igual que ésta carece de villanos propiamente dichos, en la Trilogía el destino del villano lo padece usualmente el personaje central, el héroe: Edipo Rey es protagonista, villano y víctima como Dae-su, el personaje central de Old Boy; Orestes, es el equivalente de Mr. Vengeance y Lady Vengeance padece al ser burlada y se venga igual que Medea. Como en la tragedia, la Trilogía, para hacerla soportable, Park impone nobleza de carácter a sus protagonistas: no son malvados ni inocentes del todo. Asimismo, comparte con aquélla la recurrencia a la imaginación más que a la observación e incluso, como en las representaciones de los festivales griegos, Park también presenta una trilogía trágica y culmina con un drama satírico, su película Soy un cyborg, pero no importa. Otro de los elementos centrales de la tragedia ateniense, acaso insuficientemente resaltado, establece que, una vez transcurridos los hechos cruentos, el hecho trágico en sí, casi sin excepción, la acción concluye con un final reposado, lo que le permitía al espectador asumir el espectáculo recién presenciado en toda su magnitud. En este aspecto la Trilogía de Park se aparta del teatro ático pues la expiación final no se cumple, el restablecimiento del orden que demandaba la tragedia nunca llega a producirse, ya que sus protagonistas, completada su venganza, se descubren vacíos. A cambio, su Trilogía combina el drama humano –que conmueve y agita– y la muerte de víctimas inocentes –que intensifica la anécdota– con la crueldad y la venganza como vía expiatoria de la desgracia propia y, así, la necesidad de desdoblamiento psicológico que todos llevamos dentro encuentra su efecto catártico, la salud espiritual. INVITACIÓN Luego de hacer una evocación emocionada del cine de Buñuel –los dos coincidimos en nuestra preferencia por El ángel exterminador– Park elogió a varios directores mexicanos y, con modestia, nos confió su deseo de ser invitado a algún festival de cine en nuestro país. |