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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El infierno de Fante
VÍCTOR M. CARRILLO
El cine coreano y la violencia
LEANDRO ARELLANO entrevista con PARK CHAN-WOOK
Baldomero Sanín Cano, cincuenta años después
HAROLD ALVARADO TENORIO
Baudelaire, desde Campoamor
RICARDO BADA
Baudelaire y Las flores del mal
ANDREAS KURZ
Bruno Widmann: lenguaje y figuración
MIGUEL ANGEL MUÑOZ
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
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Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
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Rogelio Guedea
Cámaras
La mujer que me escribió tenía razón. Las mujeres siempre tienen la razón, aun cuando no la tengan. Y esta mujer precisa e intransferible no fue la excepción. Piensa en hacer como las cámaras, dijo. Y yo, desde aquel día, me dejé hacer como las cámaras. La mujer me había indicado que fuera capturando imágenes durante el día y que, al final de la jornada, cuando me dispusiera a entrar en la cama, cerrara los ojos y seleccionara las imágenes mejores, agrandara aquellas que tuvieran un sol al fondo y enmarcara aquellas otras donde hubiera un corcel o un albatros. Hice tal cual lo que me indicó la mujer que me escribió. Todo el día estuve capturando imágenes. Imágenes de perros. Imágenes de viejitos sentados en una banca. Imágenes de una carreta tirada por caballos. Imágenes de un libro que nunca escribiré. Imágenes de una calle que sube y de una calle que baja. Capturé imágenes del mar. De la lluvia. Al final de la jornada tuve una cantidad inconmensurable de imágenes bellísimas que fui disponiendo una detrás de otra en mi cabeza. Aunque al principio no supe cuál imagen clavar en la memoria antes de dormir, después eso no tuvo la mayor importancia porque me di cuenta de que en ninguna de ellas aparecía yo.
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