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Supermercados
Ayer en la noche fui al supermercado. Cogí el carrito y empecé, como siempre, por la sección de frutas y verduras. Al lado mío estaba una mujer de cabello largo. La miré de reojo mientras escogía naranjas. Cuando iba por las uvas, vi que la mujer puso en mi carrito dos mangos. Pensé que había sido un error, pero luego vi que fue a su carrito y lo empujó hacia las ensaladas. Minutos después, mientras escogía peras, la mujer puso en mi carrito una bolsa de limones, para luego avanzar hacia los betabeles. No pude evitarlo. Llené una bolsa de papas y, aprovechando su distracción, puse en su carrito una piña. Luego, di media vuelta y fui a los aderezos. Cuando volví, me di cuenta de que había en mi carrito una lechuga. Entonces avancé lentamente y al paso cogí una sandía, que puse a todas luces en el carrito de la mujer. Lo mismo sucedió en la sección de carnes y vinos. Ella puso en mi carrito chuletas de puerco y yo en el suyo carne molida. Ella una botella de tinto y yo una de espumoso. Avena ella. Café yo. Así hasta que salimos del supermercado, bastante noche esta vez, subimos al mismo automóvil y durante el trayecto a casa nos fuimos convirtiendo, otra vez, en el marido ejemplar que era yo y en la esposa intachable que nunca ha dejado de ser ella. |