os habitantes del Distrito Federal han demostrado en múltiples ocasiones su alto sentido de responsabilidad social ante catástrofes y problemas colectivos; un hecho ya remoto que viene a la memoria es la defensa heroica que la Guardia Nacional hizo ante el asedio a la ciudad por las tropas estadunidenses en 1847. En Churubusco se batieron bajo las órdenes del general Pedro María Anaya hasta disparar el último cartucho, no los soldados de línea, que estaban en los lomeríos cercanos al valle de México sin intervenir, sino los artesanos, los artistas, los cocheros, los cargadores y los profesionistas de México, incluidos los que por burla eran llamados polkos, todos, defendieron su ciudad con valor y generosidad.
En los temblores de 1985, mientras que las autoridades, desde las más altas hasta las menores, se quedaron pasmadas ante la cantidad de edificios derrumbados y la suspensión de los servicios básicos, los habitantes de la capital fueron quienes se organizaron para buscar víctimas, rescatar algo y poner orden en el caos que siguió a la desgracia. Todavía algunas de las organizaciones que surgieron con motivo de los sismos, siguen vivas y actuando en favor de la comunidad, un ejemplo es la agrupación que lleva el nombre de la luchadora social Benita Galeana, que aún encabeza grupos de marginados deseosos de mejorar su situación.
Ahora, con motivo del riesgo de pandemia que se vive en todo el mundo, pero especialmente en esta ciudad capital, el pueblo que la habita, los siempre participativos vecinos, han vuelto a dar muestras de responsabilidad y de sentido del deber.
Al circular por las calles semidesiertas de la gran urbe, por todos lados vemos a las personas con su tapabocas, con lo que tratan de cumplir las instrucciones que las autoridades federales han dado hasta el cansancio para evitar el contagio; son admirables los agentes de policía que se encuentran a lo largo de las avenidas, cuidando la circulación y soportando el calor, así como frecuentemente, la insolencia de los automovilistas. En las mañanas los recolectores de basura cumplen puntualmente con su deben, los operadores del Metro y de los microbuses enguantados y con las mascarillas, continúan con el servicio que tienen encomendado.
La orden que dio el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, de cerrar los restaurantes, bares, cantinas y otros establecimientos similares, ha sido cumplida y aun cuando algunos han protestado porque les ha parecido excesiva, la misma Organización Mundial de la Saludad confirmó, contradiciendo la crítica velada del presidente Calderón, que la medida fue oportuna y necesaria.
Estoy cierto de que esta hermosa y hospitalaria ciudad de México saldrá otra vez adelante de esta nueva desgracia que se cierne sobre ella; a pesar de lo densamente poblado de la urbe en que se asientan los poderes federales, de las dificultades con motivo de le escasez de agua y algunas compras de pánico provocadas por las exageraciones de la televisión, los habitantes han demostrado disciplina y orden.
Ciertamente, han corrido rumores diversos sobre el origen del virus y sobre la credibilidad de las autoridades federales; esto se explica principalmente porque quienes tiene el deber de orientar e informar a la sociedad, han incurrido en ridículas contradicciones acerca del número de personas fallecidas y han cometido el grave error de tratar de aprovechar una desgracia colectiva para sacar ventajas políticas; un ejemplo de ello es la insistente publicidad sobre la cantidad de pisos de cemento que han ordenado desde Los Pinos, como si esa obra de elemental solidaridad fuera algo más que una mínima parte del deber de justicia social que tiene el gobierno con los más necesitados.
La ciudad con sus autoridades al frente, saldrá adelante y como siempre, el tiempo irá decantando quiénes hacen bien las cosas y quiénes las hacen sin sensibilidad social y buscando ventajas personales o partidistas.