Unos 150 mil civiles quedaron atrapados en la guerra de exterminio contra los tigres tamiles
Viernes 22 de mayo de 2009, p. 48
El 24 de julio de 1983 el movimiento armado separatista Los Tigres de Liberación de la Tierra Elean Tamil estalló una bomba de fragmentación en el centro de Colombo, la capital de Sri Lanka, y sacrificó la vida de 150 personas inocentes. A partir de ese atentado masivo la guerra civil convirtió a Sri Lanka en un pudridero y, al cabo de 26 años, en uno de los conflictos étnicos más sangrientos de nuestro planeta. Sus saldos son tan aterradores como increíbles: 70 mil muertos y un millón de fugitivos. En los últimos meses 150 mil civiles han soportado como escudos humanos la guerra de exterminio del ejército de Sri Lanka contra Los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil. El subsuelo del poder esrilankés está lleno de tumbas, acaso no haya ningún rincón de esa isla que no haya sido alguna vez cementerio. Sri Lanka es una isla situada en el sudeste de la India, separada de ésta por el estrecho de Palk. El país ocupa la totalidad de la isla de Ceilán, tiene 65 mil 610 kilómetros cuadrados y 23 millones de habitantes,
A Sri Lanka, la perla del Índico, la lágrima de India, el paraíso de Ceilán, se la disputan la furia de la naturaleza y las masacres genocidas de sus políticos. El tsunami cobró la vida de 30 mil; la guerra civil, 70 mil personas. Sri Lanka se encuentra habitado por dos etnias: los cingaleses, 74 por ciento de la población, y los tamiles, 18 por ciento. Los dos grupos se han declarado la guerra a muerte desde hace 26 años. Y no se trata de una metáfora. En marzo pasado 50 mil soldados del ejército de Sri Lanka marcharon al encuentro de los tigres tamiles. El domingo 10 de mayo un bomba de la artillería destruyó un hospital y mató a 378 civiles. Un médico que trabaja en la zona de guerra constató que mil 122 personas resultaron heridas.
Las dos etnias, los cingaleses y los tamiles, cuentan con idiomas y religiones diferentes, budistas los unos, hinduistas los otros, dos nacionalismos irreconciliables, una ardiente cosecha de odio. Durante la explosiva colonización portuguesa existían tres reinos en la isla: un reino tamil en el norte, cuya capital era la ciudad de Jaffna, y dos cingaleses, Kandy y Kotte. Hacia 1815, el imperio colonial británico canceló las diferencias y sometió a las dos etnias al servicio de su corona. Los ingleses fueron implacables, privilegiaron a los cingaleses, esclavizaron a los tamiles y quemaron sus planta- ciones. Los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil fueron los enemigos acérrimos del imperio británico. Se trata de una organización terrorista muy disciplinada y sanguinaria, que reclama el dominio de las tierras del norte de la isla. En la década de 1870 un terrateniente británico en Camboya había conseguido sacar clandestinamente 70 mil granos de hevea, el árbol de caucho, de los que dos mil fueron replantados en Sri Lanka, Malasia e Indonesia. El sistema de producción del caucho era un trabajo agotador, en condiciones próximas a la esclavitud.
Mahinda Rajapaks, presidente de Sri Lanka, se ha preparado para el asalto final, todas las iniciativas de paz han fracasado. El 1º de julio de 2000, el partido de oposición más importante de Sri Lanka, el United Nacional Party, y la Alianza Popular (People’s Alliance) se unieron en el proyecto de una nueva Constitución que transformaría el sistema presidencialista en una democracia parlamentaria, y la estructura centralista de la nación en una entidad federativa. Las provincias tamiles se volvían casi autónomas. No sólo se les concedía una relativa autonomía, sino además se reconocía la hegemonía de la lengua tamil en sus territorios. Los partidos tamiles rechazaron la propuesta y exigieron la inclusión de los tigres en las negociaciones en torno al proyecto de la nueva Constitución. El 10 de agosto murió, a los 84 años (1906–2000), la jefa de gobierno, Simiravo Bandaraneike, la primera mujer del mundo que ocupó el puesto de primera ministra. Su desaparición recrudeció la guerra civil. El 24 de julio de 2001, 20 mil personas se lanzaron a las calles de Colombo, los tigres atacaron con explosivos y granadas, el ejército respondió al fuego tamil. Un incendio destruyó el aeropuerto militar de Colombo y 13 aviones de combate terminaron consumidos por el fuego.
De acuerdo con las investigaciones de la Organización de Naciones Unidas, desde finales de enero han muerto más de 4 mil 700 civiles y 6 mil 500 han resultado heridos. Miles de familias con sus niños a cuestas han huido de los bombardeos del ejército y han seguido a los combatientes hasta encerrarse en Vanni, una zona declarada neutral por la ONU. A pesar de esta clara advertencia de cese al fuego en la zona, los ataques indiscriminados del ejército se sucedieron a diario bajo la excusa de que los tigres tamiles se escondían entre los civiles.
En marzo lograron escapar 36 mil civiles del infierno de Vanni y llegaron a los campamentos montados por las ONG internacionales. Informes no confirmados el mes de marzo –los periodistas tienen prohibido el acceso a las zonas de guerra– hablan de 20 mil tamiles exterminados en los interrogatorios militares y paramilitares. El Comité Internacional de la Cruz Roja se pasó semanas pidiendo que se les permitiera asistir a la identificación de los tamiles para garantizar la vida de los que escapaban.
Uno de los capítulos más aterradores del exterminio en Sri Lanka fue que los civiles que permanecieron bajo la tutela de los tigres pasaban el día, sobre todo los niños, cavando trincheras o resguardados en ellas, porque los bombardeos del ejército se prolongaban semanas. A finales de marzo la hambruna comenzó en Vanni, sus víctimas son incalculables. Sin embargo, las peticiones de las organizaciones humanitarias internacionales, en los últimos dos meses, sólo permitieron la entrega de un cargamento de 500 toneladas de alimentos.
La acreditada ONG International Crisis Group en su informe de abril hizo un llamamiento a la comunidad internacional para que obligara al gobierno de Sri Lanka de modo que abandone su política de exterminio total, y permita la llegada de ayuda humanitaria
. La misma organización no gubernamental pidió a quienes tenían todavía influencia sobre el mando de los tigres tamiles que deje de utilizar a los civiles como escudos humanos y declare su rendición incondicional.