He vivido con José Emilio Pacheco momentos dramáticos de la vida nacional. Estábamos en Londres en los días de la masacre de Tlateloclo en 1968, nos reunimos en mi casa para escuchar noticias y lloramos y nos indignamos ante la tragedia que nuestro pueblo había sufrido y ante el autoritarismo criminal del régimen de Díaz Ordaz.

Muchos años después, estando en Washington, nos tocó el terremoto de 1985. José Emilio daba clases en una universidad de la periferia de la capital del imperio y, con cierta frecuencia, nos reuníamos para platicar y comentar las noticias de México. El día del terremoto nos sentamos en un árbol caído que estaba frente a mi casa y nuevamente lloramos ante esa nueva tragedia y nos indignamos por las acciones de la vida que, como decía González León, es enigmática y artera.

Tengo el recuerdo vivo del espíritu solidario de José Emilio, de su amor por el país y de su talante compasivo. Esto se refleja en su poesía, especialmente en la que habla de México, de la ciudad capital desgarrada y plomiza, de los horribles contrastes sociales, de la injusticia, del autoritarismo. José Emilio es, a su manera, un poeta comprometido e imbuido de espíritu solidario. Esto me hace tenerlo siempre presente; escuchar su palabra es sentir el peso humano y la calidad lírica de su poesía.