Martes 30 de junio de 2009, p. 5
La poesía de José Emilio Pacheco nos confronta con un panorama desalentador: un paisaje desolado y cruel, donde las inclemencias naturales, aunadas a la infatigable labor destructora de los seres humanos, ponen en jaque nuestra sobrevivencia.
Así, en el prefacio a su libro de poemas City of the memory (Ciudad de la memoria), que publicó en 1997 la editorial del poeta Lawrence Ferlinghetti, City Lights, la traductora Cynthia Steele hacía notar que las principales obsesiones literarias
de José Emilio Pacheco son: los efectos destructivos del tiempo; el egoísmo esencial y la crueldad del mundo natural, con la humanidad en su violento centro; y la capacidad del espíritu humano de lograr una trascendencia, así sea momentánea, y de mantener firme la esperanza a pesar de todo
.
Y es que, si bien parece que ya no queda esperanza alguna en la poesía de Pacheco, no debemos olvidar nunca que esta desazón es una desazón escrita, y, como tal, una apuesta a favor del otro –de nosotros–, del lector y, por ende, de la comunidad: de la posibilidad de comunicarnos y compartir los elementos del desastre.
La poesía de Pacheco, como toda auténtica poesía, ofrece al lector el único consuelo que puede brindar la poesía: el saber que no hay consuelo; da también al lector la bella posibilidad de soñar los sueños de la decadencia y el desamparo junto con la esperanza de que seamos capaces, con un poco de buena suerte de nuestro lado, de transformarlos. No son, ciertamente, sueños de paz.