Opinión
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¿La Fiesta en Paz?

Montecristo, una tienta memorable

Las becerras, antes de ser madres, tienen que demostrar que merecen serlo

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El matador Federico Pizarro lidia en la lidia de Ojos Negros, en la Plaza México, en 1999Foto Archivo
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ada mejor para el espíritu del buen aficionado, que la oportunidad de asistir a una tienta en una ganadería de reses bravas, habida cuenta de que las becerras antes de ser madres, tienen que demostrar que merecen serlo, práctica que para desgracia del mundo no se lleva a cabo entre los seres humanos.

Convertidas en auténticas reservas ecológicas y en no pocos casos arquitectónicas e incluso museísticas, las ganaderías de bravo suelen ser, sobre todo, elocuentes monumentos al trabajo cotidiano y a un amor costosísimo por la dignidad del toro de lidia, resultado de muchos años de esfuerzos, conocimientos, desvelos y sacrificios de toda índole… antes del día en que éste es lidiado en un ruedo.

Montecristo, fundada en 1961 por don Germán Mercado Barroso, con 30 vacas y un semental de Mimiahuápam, cuando este hierro pertenecía a don Luis Barroso Barona, y desde 1976 a cargo de su actual propietario, don Germán Mercado Lamm, que agregó simiente de Jaral de Peñas, San Martín y Reyes Huerta, cuenta con un historial envidiable que incluye varios toros indultados, entre ellos el noble y bravo Trojano, el 5 de febrero de 2005 en la Plaza México, tras magistral faena de El Juli.

Las becerras no lo saben, pero en la tienta se decide su destino a partir de su bravura en el caballo y su estilo frente a la muleta. Germán Mercado Lamm probó siete, de las cuales cuatro fueron buenas y una verdaderamente superior. Picó Efrén Acosta hijo y tentaron los matadores Federico Pizarro, Christian Aparicio y Raúl Ponce de León, hoy conocedor de la ganadería de Vicencio, así como los novilleros Salvador López, Antonio Galindo, Manolo Roldán y Juan Solanilla, que se hartaron de torear.

Como si las reses aprobadas intuyeran que debían emplearse a fondo, con alegre galope se arrancaron de tercio a tercio, recargando codiciosas en el peto y conservando luego bravura, buen estilo, recorrido, fijeza y transmisión en decenas de muletazos, varias de ellas volviendo a los corrales con el hocico cerrado.

La clasificada por el ganadero con nota de superior permitió a Federico Pizarro elevarse emocionalmente en un trasteo ensimismado e intenso, reflejo de lo que este artista lleva dentro. La sorpresa de la tienta fue el joven Gonzalo Pérez Salazar, un estudiante de posgrado en Berkeley, California, también hijo y nieto de criadores mexicanos de bravo, que desplegó un toreo de mano izquierda etéreo, de poético acento y expresión casi insoportable. Fue la magia negra de la lidia en el bello tentadero de Montecristo, que esa tarde volvió a irradiar taurinismo y torería. Por eso, diría Eduardo Lizalde, cómo es posible que tanto y tanto amor se pudra.