Montecristo, una tienta memorable
Las becerras, antes de ser madres, tienen que demostrar que merecen serlo
ada mejor para el espíritu del buen aficionado, que la oportunidad de asistir a una tienta en una ganadería de reses bravas, habida cuenta de que las becerras antes de ser madres, tienen que demostrar que merecen serlo
, práctica que para desgracia del mundo no se lleva a cabo entre los seres humanos.
Convertidas en auténticas reservas ecológicas y en no pocos casos arquitectónicas e incluso museísticas, las ganaderías de bravo suelen ser, sobre todo, elocuentes monumentos al trabajo cotidiano y a un amor costosísimo por la dignidad del toro de lidia, resultado de muchos años de esfuerzos, conocimientos, desvelos y sacrificios de toda índole… antes del día en que éste es lidiado en un ruedo.
Montecristo, fundada en 1961 por don Germán Mercado Barroso, con 30 vacas y un semental de Mimiahuápam, cuando este hierro pertenecía a don Luis Barroso Barona, y desde 1976 a cargo de su actual propietario, don Germán Mercado Lamm, que agregó simiente de Jaral de Peñas, San Martín y Reyes Huerta, cuenta con un historial envidiable que incluye varios toros indultados, entre ellos el noble y bravo Trojano, el 5 de febrero de 2005 en la Plaza México, tras magistral faena de El Juli.
Las becerras no lo saben, pero en la tienta se decide su destino a partir de su bravura en el caballo y su estilo frente a la muleta. Germán Mercado Lamm probó siete, de las cuales cuatro fueron buenas y una verdaderamente superior. Picó Efrén Acosta hijo y tentaron los matadores Federico Pizarro, Christian Aparicio y Raúl Ponce de León, hoy conocedor de la ganadería de Vicencio, así como los novilleros Salvador López, Antonio Galindo, Manolo Roldán y Juan Solanilla, que se hartaron de torear.
Como si las reses aprobadas intuyeran que debían emplearse a fondo, con alegre galope se arrancaron de tercio a tercio, recargando codiciosas en el peto y conservando luego bravura, buen estilo, recorrido, fijeza y transmisión en decenas de muletazos, varias de ellas volviendo a los corrales con el hocico cerrado.
La clasificada por el ganadero con nota de superior permitió a Federico Pizarro elevarse emocionalmente en un trasteo ensimismado e intenso, reflejo de lo que este artista lleva dentro. La sorpresa de la tienta fue el joven Gonzalo Pérez Salazar, un estudiante de posgrado en Berkeley, California, también hijo y nieto de criadores mexicanos de bravo, que desplegó un toreo de mano izquierda etéreo, de poético acento y expresión casi insoportable. Fue la magia negra de la lidia
en el bello tentadero de Montecristo, que esa tarde volvió a irradiar taurinismo y torería. Por eso, diría Eduardo Lizalde, cómo es posible que tanto y tanto amor se pudra
.