n horas del mediodía del sábado de la semana pasada, unos 60 menores, integrantes de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil de México, procedentes de diversos puntos del país, sufrieron daños oculares y quemaduras cutáneas debido al intenso sol, combinado con la potente iluminación artificial que debieron padecer durante una presentación fuera de programa en el patio de la Secretaría de Educación Pública, a donde fueron llevados para que interpretaran, ante el titular de esa dependencia, Alonso Lujambio, diversas piezas. Los pequeños músicos no fueron atendidos sino horas más tarde, en un nosocomio especializado, en donde les informaron que las quemaduras oculares desaparecerían en unos días, y luego fueron concentrados en un hotel, en donde padecieron ceguera temporal y dolores por las quemaduras en la piel.
El imperdonable descuido y el maltrato institucional hacia los menores no parecen ser, por desgracia, hechos aislados. Cabe recordar que hace poco más de un año, a finales de mayo de 2008, una veintena de niños de primaria y secundaria se desmayaron por insolación combinada con hambre, durante una ceremonia cívica presidida por el entonces secretario de Gobernación, el extinto Juan Camilo Mouriño, en el patio central del Palacio de Cobián.
Mucho más trágica resultó la indiferencia y el desdén de los gobernantes en el caso de la guardería ABC, de Hermosillo, Sonora, donde 49 niños y niñas han muerto hasta ahora por quemaduras y asfixiados durante un incendio que, a dos meses, sigue sin ser plenamente esclarecido, y cuyos responsables institucionales y empresariales parecen haber gozado, desde entonces, de una lentitud en la procuración de justicia que se parece mucho al encubrimiento.
En los dos primeros casos mencionados, y en contraste con discursos oficiales que hablaban de la pertinencia de proteger a los niños del país y de apoyar y estimular su desarrollo físico e intelectual, los menores fueron colocados en un entorno inclemente y en un horario a todas luces inadecuado, acaso para acomodarlos a los huecos de la agenda de altos funcionarios, o bien utilizados como meros elementos escenográficos para rituales burocráticos. En el tercero se evidenció el espíritu mercantilista del programa de guarderías del Instituto Mexicano del Seguro Social, en el cual el bienestar y la seguridad física de los pequeños resultan relegados ante el afán de procurar oportunidades de negocio para los allegados al poder y sus familiares.
Resulta inevitable, a la vista de esos episodios exasperantes que refieren una suerte de maltrato infantil institucionalizado, percibir un desprecio hacia la población en general por parte del actual grupo gobernante, percepción que se fortalece si se recuerdan las historias de desdén, maltrato hospitalario y negación de atención que, durante la emergencia sanitaria de abril y mayo pasados, sufrieron pacientes que se presentaron a los hospitales del sector salud en demanda de tratamiento para la influenza recién surgida. La indiferencia se confirma si se realiza un rápido repaso de la indolencia, la tardanza y la insuficiencia con que ha actuado el gobierno federal ante la crisis económica mundial que, precisamente por eso, adquirió, en nuestro país, proporciones y profundidad mucho más graves que en otras naciones.
La irresponsabilidad y la frivolidad con que fueron tratados los jóvenes integrantes de la orquesta sinfónica el sábado pasado, constituyen conductas inaceptables y sus consecuencias no deben ser minimizadas en virtud del hecho, ciertamente afortunado, de que los daños físicos sufridos por los menores no hayan tenido, al parecer, consecuencias mayores. Por el contrario, si no se desea confirmar la percepción social arriba mencionada, debe ofrecerse a la sociedad una explicación puntual sobre lo ocurrido y deslindar las responsabilidades que correspondan entre los funcionarios que organizaron un acto tan desatinado.