cargodel tiempo
unca creí que sirviera titular mis obras. Siempre he pensado que mi identidad era irrelevante, y que mi manera particular de ver la vida sería un muro entre la gente que vive en mis fotografías y sus contemplantes.
“Cuando por primera vez llegué a San Cristóbal (en 1956), había cinco automóviles, manejados por niños de doce años. Había un taxista con una carcacha que te podía transportar a cualquier lugar. Bueyes y carretas circulaban por las lodosas calles. Había burros que llevaban agua a las casas en vez de camiones. Muchos ladinos trataban muy mal a los indios. A mediados de los años sesenta, los mayas tenían que abandonar la ciudad antes que oscureciera. Pox María les vendía ron de caña a los indios, y cuando ya estaban bien ebrios les compraba los productos al precio que ella quería. Otros marchantes, a quienes llamaban atajadores, arrebataban de las manos de mujeres mayas el maíz o los pollos que traían a vender. Doña Flora acostumbraba pavonearse por las calles, encerraba a sus trabajadores indios cada fin de semana para estar bien segura de que no huyeran.
No tengo revelaciones. Cuando yo estaba fotografiando en los pueblos, estaba fotografiando el presente, no importa en qué año lo haya hecho. Estas fotos todavía tienen vigencia. Busco algo que trascienda lo material. Los zapatistas son un ejemplo. Ahora que ya no fotografío a los mayas, siento una pérdida. Mis únicas imágenes de la actual rebelión, son sombras en las paredes.
Texto publicado originalmente en el número 71 del suplemento mensual Ojarasca, de La Jornada, en marzo de 2003