l triunfo del presidente Evo Morales y de su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), en las elecciones realizadas ayer en Bolivia asegura, por más de dos terceras partes de los sufragios, la relección del mandatario indígena y el predominio de su organización política en las dos cámaras legislativas.
Más allá de esos datos formales, la victoria del MAS frente a las candidaturas y partidos de la derecha oligárquica, en pleno retroceso y descomposición, marca un hito histórico en un país que se ha caracterizado por la marginación racista y la exclusión del poder de la mayor parte de su propia población, perteneciente a las nacionalidades aymara y quechua. El holgadísimo margen que el partido del presidente obtuvo ayer constituye la confirmación indiscutible y la ampliación del mandato otorgado al propio Evo hace poco menos de cuatro años, así como la cimentación de un proyecto político para erradicar la opresión histórica de la mayoría y para transformar a Bolivia, por la vía constituyente, en un Estado plurinacional.
Desde esta perspectiva, los comicios de ayer, lejos de abrir la puerta a tentaciones autoritarias o dictatoriales, como señalan los medios nacionales e internacionales hostiles al mandatario indígena, fueron una representación fiel y democrática de la composición del país y de las aspiraciones de la mayoría.
Como ocurre en Venezuela, y en menor medida en otras naciones sudamericanas, en Bolivia los proyectos de transformación social radical pasan por la aprobación incuestionada de las urnas. Con esta realidad en mente, el empecinamiento en tildar de dictatoriales
a los gobernantes de esos países sólo puede explicarse como producto de una animadversión ideológica alimentada por alineaciones políticas y económicas con los poderes empresariales afectados por ambos procesos, y que desemboca en una argumentación de inocultable mala fe.
Si en el panorama nacional boliviano las expresiones políticas de la oligarquía han sufrido una derrota severísima, está por verse, en cambio, el futuro de los movimientos regionalistas y separatistas organizados por las derechas en Santa Cruz de la Sierra, Beni y Pando, donde el opositor Manfred Reyes Villa, postulado a la presidencia por Plan Progreso Bolivia-Convergencia Nacional (PPB-CN), obtenía, de acuerdo con datos preliminares, más sufragios que el actual mandatario. Sin que tales tendencias tengan consecuencia legal alguna, el hecho es que posiblemente permitirán a los estamentos oligárquicos atrincherarse en las regiones mencionadas y proseguir el chantaje de la secesión.
En todo caso, estos comicios revisten una importancia histórica para Bolivia y para el resto de América Latina, donde las formalidades democráticas no siempre canalizan con fidelidad los deseos mayoritarios, e incluso han llegado a ser distorsionadas por grupos de interés mediáticos, empresariales y políticos para perpetuarse en el poder e imponer y profundizar planes de negocio que se traducen en el saqueo y la devastación de países enteros.