l tema de la migración se ha convertido en una papa caliente en el contexto de las relaciones internacionales. Sin embargo, el problema
se focaliza en tan solo una docena de países de acogida y una veintena de países de origen. Uno se pregunta si tanto ruido global se justifica para un asunto finalmente parcial, limitado y focalizado. La pobreza extrema en el mundo incumbe a cientos de países y miles de millones de personas y no parece quitarles el sueño a los jerarcas del planeta.
En efecto, el total de migrantes en el mundo, según estimaciones del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), es 214 millones personas, lo que significa el 3.01 por ciento del total de la población mundial. Más aún, la inmensa mayoría de migrantes son legales (90.6 por ciento), la población de migrantes irregulares es de 20 millones, repartidos en dos áreas geográficas: 11.5 millones en Estados Unidos, 8 millones en Europa y medio millón en otros países del mundo.
Pero incluso a escala regional la migración irregular presenta cifras relevantes pero no escandalosas. Estados Unidos con una población total de 301 millones de personas acoge a 38 millones de inmigrantes, es decir 12 por ciento de su población. Se trata de una cifra significativa, porque supera el 10 por ciento que es el indicador para migración masiva, tanto en países de acogida como de origen. Sin embargo, se trata de la economía más dinámica del mundo y con necesidades muy urgentes de mano de obra, tanto especializada como no calificada.
El inconveniente radica en la migración irregular, que en Estados Unidos equivale a una cuarta parte de la población extranjera. Lo que sí es un problema es la proporción de irregulares mexicanos, que se estima en 6 millones, 55 por ciento de la migración irregular de Estados Unidos. La danza de cifras indica nuevamente que el verdadero problema está focalizado. La migración irregular proviene del área de influencia directa de Estados Unidos: América Latina.
Por su parte, los 27 países de la Unión Europea sumaban, en 2007, un total de 495 millones y se ha estimado la población inmigrante en unos 25 millones, es decir 5 por ciento de la población total. Una cifra considerablemente baja, si se la compara con Estados Unidos, que es de más del doble. El problema radica, nuevamente, en el número, proporción y distribución de los migrantes irregulares. Éstos suman 8 millones, lo que significa 32 por ciento de la población extranjera, ocho puntos porcentuales arriba de Estados Unidos. Si nos atenemos a los números, se puede afirmar que los europeos no han podido manejar adecuadamente el problema de la inmigración irregular. En Europa confluyen flujos de todo el planeta: África del Norte, África Subsahariana, América Latina, Medio Oriente, Asia y Europa del Este. Como resultado, en los principales países europeos la relación entre población total y población extranjera supera 10 por ciento. Son los casos de Alemania (12.9 por ciento), España (10.7 por ciento), Francia (10.6 por ciento), Reino Unido (12.9 por ciento) y Suiza (23.3 por ciento).
Como quiera, Europa seguirá demandando migrantes, ya que su tasa global de natalidad es muy baja (1.41 hijos por mujer) y buena parte de su crecimiento demográfico se debe a las tasa más alta de reproducción de la población migrante. En el caso de España y a pesar de la crisis, se espera reclutar en los próximos cuatro años a 100 mil inmigrantes altamente calificados, con un sueldo promedio de 48.400 dólares anuales y con el compromiso institucional de facilitar el trámite burocrático a menos de 30 días.
Europa se orienta hacia una inmigración calificada y selectiva que incida en los negocios, el avance científico y tecnológico y la productividad. Pero buena parte de su calidad de vida no depende de los migrantes profesionales y calificados sino de los trabajos y servicios que brindan inmigrantes no calificados.
Europa ha empezado a pagar una pequeña factura histórica después de cuatro siglos de expoliación colonial. No puede, ni quiere, romper los lazos que todavía la unen con sus colonias y ex colonias. Pero al mismo tiempo quiere mantener la misma situación de antes, cuando los americanos, árabes y asiáticos trabajaban para el imperio y no se movían de su lugar de origen.
Estados Unidos y Canadá aplicaron hasta los años 60 del siglo pasado políticas migratorias restrictivas, con una clara orientación racial y discriminatoria. Y el modelo funcionó. Se contuvo la inmigración asiática y africana, y se contaba con la ventaja adicional de que los países socialistas impedían el libre tránsito. Se cuenta que el presidente Carter, promotor internacional de los derechos humanos y la democracia a escala mundial, le dijo a su homólogo chino que le preocupaba la situación de la falta de libertad de tránsito en su país. A lo que el presidente chino respondió que cuántos millones de personas podía aceptar Estados Unidos, que se los enviaba inmediatamente… Más allá de la anécdota o el chiste, sucede otro tanto con Cuba. La política estadunidense de pies secos, que le da asilo inmediato a todo aquel cubano que entre por tierra a su territorio (es decir por México o Canadá), se acaba el día que llegue la democracia a Cuba.
En el siglo XXI el fenómeno migratorio global se ha incrementado notablemente y las políticas en la materia encuentran cada vez más dificultades para enfrentar la situación. España ha cambiado su ley cinco veces en la década pasada. El desarrollo y la bonanza económica requieren necesariamente de trabajadores migrantes, tanto profesionales de alto nivel como mano de obra barata. Un indicador de desarrollo es precisamente la proporción de población extranjera que cada país acoge. Por eso mismo, las democracias, que permiten y fomentan el libre tránsito, tendrán que lidiar con el manejo de la migración de manera permanente. Las prohibiciones y restricciones no parecen ser el camino correcto. Si todos los países del mundo aplicaran las reglas de reciprocidad e impusieran las mismas limitaciones, condiciones y requisitos que ponen los países poderosos para viajar y emigrar, el mundo dejaría de funcionar.