n una colaboración anterior mencioné los efectos exponenciales de las prácticas pederastas, no así de la sodomización, ritual entre ciertas etnias de Oceanía, o la infantil y púber que, siendo universal, no representa un acto traumático para los menores –salvo cuando interviene machaconamente la noción judeocristiana de pecado sexual
en la educación del niño.
El destape actual y mundial de la pederastia clerical sorprende no tanto por su existencia como por la apariencia que le dan los medios de información de ser casos puntuales
, sólo porque son puntuales los casos denunciados.
Sorprende la aparente convicción general de que las víctimas de la pederastia curial son los denunciantes y algunos que no se atrevieron, pertenecientes a dos o tres generaciones que hoy tienen de 20 a 40 años… así como sorprende que las denuncias se extiendan a las autoridades superiores eclesiásticas por encubrimiento
o por negligencia
frente a las acusaciones documentadas por algunas víctimas desde hace unos 20 años para acá, como si el problema de la Iglesia fuese solamente salvar la institución del escándalo de sus contados pecadores develados
.
Porque aparentar contribuye a ocultar la radiografía del clero cuya estructura misma de negación de la libido y de celibato forzozo y forzado, vista a contraluz, no puede sino arrojar la evidencia de que en la historia de cada cura pederasta hay un menor sujero a abuso sexual y que no sería imposible que atrás de los encubrimientos
no haya algún pecador –a su vez víctima de abuso y así hacia los orígenes–, cuyo pecado conocería personalmente el practicante pederasta, o depredador
, como llamó Aristegui a Nicolás Aguilar Rivera.
Ciertamente, el hecho de intervenir con sotana en una sociedad en la que son accesibles imágenes impresas o electrónicas de abusos de menores, con que lucran algunos criminales para un mercado compuesto por quienes no pudieron ejercer libremente su sexualidad, contribuye al fenómeno exponencial del paso al acto, pero ello no excusa la responsabilidad de la estructura eclesiástica en el fenómeno que tanto daña aún a las nuevas generaciones.
La Iglesia debería hacer su aggiornamento liberando la libido de sus ministros, si es que pretende ser coherente con su mensaje y no enviar al infierno a tantos de ellos.