Entre torería y chuflería
l término torería no se agota con el concepto de gremio de toreros o con el comportamiento de éstos, sino que en su acepción más amplia alcanza niveles de verdadera trascendencia en lo que se refiere a voluntad y libertad humanas delante de un toro con edad y trapío y el riesgo que ello implica. Torería rebasa entonces los niveles de profesión, de vocación y de eventual dominio estético para remontarse a las alturas de un compromiso ético esencial.
La chuflería, en cambio, es la manera de proceder del chufla, ese elemento más o menos abundante en la fiesta de los toros al que no se puede tomar en serio por más seriedad que pretenda, sobre todo en sus actitudes presuntuosas, pero carentes de bases reales, no se diga en sus acciones, sustentadas en la tergiversación y la superficialidad, en hacer burla y ridiculizar, incluso involuntariamente, aquello que dice admirar y promover.
Estas precisiones inciden en las diferencias fundamentales entre la fiesta de toros de México y de España, así como la increíble pero explicable metamorfosis que las figuras españolas experimentan cada vez que pisan ruedos de uno y otro país.
¿A qué atribuir que en la reciente feria de Pamplona ases del toreo como El Juli –corneado en su presentación– o Sebastián Castella –dos orejas e impresionante voltereta–, por decir, lleguen a México, se bajen del avión, exijan novillones descastados, realicen faenitas de relumbrón, les paguen cientos de miles y se regresen a Europa? ¿A sus impositivos apoderados, a sus maternales veedores de toros, a acomplejados empresarios mexhincados, prensa acrítica, televisión alcahueta, público indiferente, autoridades sin idea o todo junto?
¿Cómo entender que esos mismos figurones, ventajistas en el país taurino más tonto del mundo, al volver a ruedos de España y Francia se transformen en unos pedazos de toreros que le salen al mismo demonio y son capaces de jugarse, en serio, la piel en el escenario más ruidoso, pero uno de los más escrupulosos del mundo como es Pamplona?
Por varios factores que mantienen vigente y brillante la tradición taurina de la feria más famosa del mundo: respeto invariable por el toro en plenitud de facultades –cinqueños fueron la mitad de los lidiados en este serial–, y una singular empresa taurina transparente y con experiencia –Junta de la Casa de Misericordia– que hace más de medio siglo trabaja para ofrecer condiciones óptimas a los ancianos de menos recursos en el asilo pamplonica, sin tolerar imposiciones.
Carteles con toreros modestos, con los que van apuntando e incluso con figuras; el bien ganado prestigio internacional de la Feria de San Fermín y sus emocionantes encierros por las calles, haya muertos o no, y desde luego unas autoridades municipales comprometidas no sólo con obras de beneficencia, sino con la centenaria tradición taurina de la ciudad y con la inteligencia de sus habitantes.
Por cierto, el titular del ayuntamiento de Pamplona es una mujer, Yolanda Barcina, doctora en farmacia, de 50 años de edad y, agárrense pequeños zares nacionales, con la friolera de 11 años seguidos como alcaldesa, luego de ser relegida en dos ocasiones. Es además presidenta de la Unión del Pueblo Navarro (UPN), que el próximo año la postulará como candidata a la presidencia de Navarra. Ah, y no tiene empacho en asistir a la plaza de toros, escuchar sonoras rechiflas y decirle a José Luis Rodríguez Zapatero que es el peor presidente de la historia
. Como acá, pues.