a hemos hablado en estas páginas del rebozo, prenda que nos enorgullece y nos define, símbolo de mexicanidad. Hoy volvemos a ella, entre otras razones porque en la exposición de Moctezuma que recientemente se inauguró en el Museo del Templo Mayor se muestra ese hallazgo notable que se dio en la Casa de las Ajaracas hace unos años, de una caja de piedra que en su interior conservaba objetos elaborados en papel y textiles. Uno de ellos es un trozo de tela con franjas verdes y blancas que el arqueólogo Eduardo Matos nos explicó que tuvo entramadas plumas y conserva flecos. Esto modifica la creencia de que este último tipo de adorno llegó con la conquista.
La otra razón para volver al tema es que cayó en nuestras manos un número de Artes de México dedicado al rebozo, que entre sus artículos trae uno de Emma Yanes sobre el rebozo de aroma, que todavía se usa en algunos lugares para amortajar a las mujeres. El interesante texto, además de darnos antecedentes históricos, contiene una entrevista con un rebocero de Tenancingo, don Fidencio Segura, quien explica en su taller la complicada elaboración de una de esas prendas que son de una belleza y elegancia inigualables y cuyo aroma es imperecedero.
Varias semanas lleva su hechura, que inicia con la trabajosa preparación del color, para lograr que quede de un color negro brillante y permanente. Para el aroma se utilizan: flores de lavanda, canela, pericón, manzana, pazcle, salvia, anís estrella, flor de castilla y romero. Cuando se conoce la complicada preparación de las mezclas y lo complejo de los procedimientos, se advierte que requiere de un proceso tan cuidadoso como el de cualquier receta de farmacopea o de herbolaria. Al final pasa a manos de las empuntadoras que elaboran el rapacejo (los flecos) artística labor que lleva alrededor de un mes. Es una auténtica obra de arte.
El rebozo se continúa tejiendo en telar de cintura, al igual que trabajaban sus textiles nuestros antepasados indígenas. A mediados del siglo XVI ya era de uso común, principalmente entre las indias. En el siglo XVII se volvió una prenda frecuente entre mestizas, negras, mulatas, criollas y peninsulares; las primeras lo usaban en la calle y las últimas en sus casas. Poco a poco se fue volviendo una prenda de lujo entre las clases adineradas, alcanzando su auge en el siglo XVIII, en que las señoras competían entre sí, mandando hacer rebozos finísimos de seda, con entramados de oro y delicados bordados.
Ahora se ha visto un renacimiento del tradicional atavío y los artesanos están volviendo a hacer rebozos inspirados en los antiguos, entre otros, con entramado de plata, rapacejos triangulares y diseños que ya se habían perdido. A ello han colaborado publicaciones como la que aquí mencionamos que los inspiran a recrearlas.
Actualmente se elaboran rebozos en Tenancingo, estado de México; Santa María, en San Luis Potosí; en Guerrero, Michoacán, Chiapas y Oaxaca. Todos diferentes entre sí y a cual más hermosos. Una buena selección se encuentra en Rebozos Tonchi, ubicada en la calle República de El Salvador 145-C. La fundó hace 72 años el señor Domitilo Ramírez Castro y actualmente la atienden su nieta y bisnietos. Como bien dice su tarjeta: hay rebozos de todas clases, modelos y tamaños
. El asunto es que es esencial tener por lo menos una de esas prendas en el guardarropa, ya que combinan belleza y utilidad y lo hay para toda ocasión. Una vez que lo empiece a usar no lo va a dejar, aunque no le dé el uso extensivo de la mujer de pueblo, para quien es cuna, canasta, monedero y mortaja
.
Y vámonos a comer. Recién abrieron en Mesones 83 segundo piso, el restaurante Castilla la Vieja, en donde Emilio Vega ofrece un menú de cuatro tiempos, que incluye paella, a la manera de los viejos comederos españoles del rumbo. En el siguiente piso se encuentra un buen restaurante yucateco, del que hemos hablado en otras ocasiones.