a decisión del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) de constituir una agrupación política nacional (APN) o si es posible incluso un partido y de llamar a un congreso social tiene una enorme importancia no sólo por el peso de las tradiciones del SME y de la Tendencia Democrática en el SUTERM, de Rafael Galván, y por el aporte de decenas de miles de obreros organizados a una lucha política, sino también porque el SME podría llegar a dar un eje político obrero a un movimiento de masas que arroje a la basura la política neoliberal y la oligarquía mafiosa que la defiende y construya las bases de una verdadera alternativa obrera, nacional y popular, no capitalista, que reanude la vía soñada por los zapatistas de Morelos, por los jacobinos constitucionalistas en la Revolución mexicana y por esa segunda ola de ésta, que fue el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Si así fuere, México podría comenzar a completar su Independencia, jamás alcanzada, que el gobierno de Calderón transformó en dependencia extrema, y podría salir de una disputa entre programas y grupos con propuestas capitalistas, de mera alternancia en el poder, para empezar a construir una opción social y política.
Este congreso, con vistas a una Constituyente –si realmente fuese abierto y emprendiese sin cortapisas ni sectarismo una discusión sobre cuál es la fase en el mundo y en el país y cuáles son las tareas de quienes desean luchar por la liberación nacional y social–, podría evitar el fracaso sufrido por anteriores experiencias prometedoras, pero que se hundieron en el pantano de los compromisos o se derrumbaron debido a intereses sectarios.
Iniciativas como los Diálogos Nacionales o la APPO, sus antecedentes directos, deberían ser estudiadas para retomar el hilo de la acción, pero a la luz de las enseñanzas de las derrotas, que no deben amedrentar a nadie ya que, como decía Rosa Luxemburgo, el camino de la victoria está empedrado de fracasos.
El SME siempre ha hecho política y fue un factor importante en el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador, robado por el fraude, en la resistencia a éste, en el intento de apoyarse en la población y de apelar a ella para revertir las medidas ilegales, inconstitucionales y represivas del gobierno
de los grandes capitalistas que México padece. Sus militantes, además, por su energía y abnegación, se cuentan, con sus familias, entre lo mejor de una población mexicana desorganizada y en buena medida desalentada y despolitizada. Es, por tanto, herramienta fundamental de los trabajadores y del pueblo mexicano no sólo para discutir en todo el país los ejes de una política no capitalista para un México no dominado por el gran capital, sino también para construir núcleos y comités de organización, en todas partes, para organizar la lucha por la Constituyente y recoger las aspiraciones populares para producir un cambio radical que haga posible otro proyecto de país.
Hasta ahora el SME ha formado parte de una alianza de hecho entre el sector obrero y un sector desarrollista nacionalista y popular con política capitalista distribucionista, que agrupa vastos sectores de la clase media y sectores burgueses de oposición y sigue las perspectivas electoralistas de AMLO. Pero, después de los fraudes de 1988 y de 2006 y ante la militarización del país, el sometimiento gubernamental a los intereses de Washington y la represión cotidiana, no es sensato esperarlo todo de un mero triunfo electoral, aunque sí hay que luchar por ocupar todos los espacios legales y por combatir en las batallas electorales, pero para educar y organizar a los desorganizados, no para ocupar puestos en las instituciones.
Una APN o un partido basados en el SME y en otros sectores sindicales obreros no puede, por tanto, ser electoralista, aunque tome posiciones y pueda hacer alianzas con vistas a los comicios. Debe tener una política independiente de todas las fracciones burguesas, aunque pueda momentáneamente aliarse con la más democrática y nacional contra la proligárquica y proimperialista, y debe tener su propio programa obrero y nacional. En la alianza social antes citada, su papel, ideológico y organizativo, debe ser estratégico y de dirección, no el de una mera infantería de apoyo. Si acaso se debe diferenciar de sus aliados, sin romper con ellos, debe hacerlo tal como hicieron los campesinos zapatistas morelianos con Madero en la lucha contra la reacción. Esa, por otra parte, es la única forma de convencer a algunos intelectuales perdidos hoy en la esterilidad de la no política, pero no irrecuperables, y de construir una conciencia anticapitalista de masas que pueda movilizar a éstas en una lucha que será dura, porque no enfrentará solamente a Calderón y a la derecha mexicana, sino también y sobre todo a Washington, que en medio de una aguda crisis económica y política, no puede tolerar cambios radicales del otro lado de su frontera.
Hay medios que acostumbrados a la habitual politiquería sin principios, temen que la decisión del SME sea una maniobra para conseguir un aparato de negociación y de presión dentro de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador con el programa y la dirección de éste. Por supuesto, las alianzas entre el SME y el lopezobradorismo son legítimas y hasta necesarias, pero la cuestión central es para qué, con cuál programa y en cuál dirección. A mi juicio, el congreso social debe dejar claro, por su discusión democrática, el radicalismo de sus conclusiones y su manifiesto, que el movimiento obrero marcha lado a lado con los otros sectores populares en la lucha por la democracia y la resistencia al capital, pero con sus propias banderas y consignas inclaudicables. Esta resolución del SME, y el congreso mismo, ofrecen también al EZLN la oportunidad de abandonar su aislamiento y pasividad y de recuperar un papel en la transformación de México, por la que lucharon sus bases en 1994. Ojalá puedan comprenderlo, porque podría ser este, para ese zapatismo que no hace lo que hizo Zapata, el último llamado de la historia.