Ganadería de Vicencio: nueva alquimia, tienta mágica
xiste en el mundo de la tauromaquia –no en el planeta de los toros
, frivolizados en demasía por esa especie miope denominada taurinos– una prueba de selección y de aleccionadoras experiencias denominada tienta, para examinar la bravura, fuerza y estilo de cada vaquilla o novillo tentado y constatar el talante y talento de ganadero y tentadores –de a caballo y a pie–, en camperos mediodías tradicionalmente íntimos, donde conocimientos y sensibilidad de unos y otros afloran en momentos de privilegiada enseñanza, por lo general en la llamada plaza de tientas de la ganadería.
Si los ganaderos de cada región y país acordaran y planearan, en convenciones y congresos inútiles, visitas periódicas a sus tientas de los metidos a comunicadores taurinos, otro gallo empezaría a cantar en criterios para distinguir entre bravura y repetitividad, pasar y mansear, temperamento y genio y, desde luego, entre dominar a un toro y torear bonito, así como de orientación eficaz al desinformado público.
Cuando recibí la invitación de don Julio Enrique García, ganadero de Vicencio, para asistir a una tienta, me advirtió que sólo serían tentadas cuatro eralas, que en el ruedo habría oficio y torería más que fama, y en el palco únicamente tres invitados, no docenas de gorrones enfiestados, por lo que hubiese sido grave error perderme tamaña oportunidad de seguir aprendiendo sobre tauromaquia más que de relaciones públicas.
Una grata sorpresa fue volver a ver sobre el caballo al experimentado tentador Sergio Ramírez de Arellano Bombita, tío del fino diestro Jerónimo, y a pie al conocedor de Vicencio, el matador en retiro Raúl Ponce de León, y a quien fuera uno de sus mejores alumnos: el novillero en retiro Saúl Acevedo Meyer, más tres vaqueros y un alto ejecutivo de importante empresa en otro de los burladeros. En las gradas, el ganadero, un fotógrafo y tres invitados, y en el horizonte la vasta llanura, destacando 75 arrogantes machos que podrán lidiarse el año entrante.
Por toriles salieron cuatro becerras, dos coloradas y dos mulatas o de pelaje negro mate. Una fue buena, dos extraordinarias y la cuarta francamente superior, para satisfacción del ganadero, de su conocedor y de los tentadores, y para emoción de quienes tuvimos el privilegio de atestiguar el óptimo comportamiento de las futuras madres, transmisoras, antes que el semental, de las cualidades del auténtico toro bravo.
Las primeras becerras fueron prontas y acudieron con fijeza al caballo, recargaron hasta en tres ocasiones y humillaron mucho en incontables muletazos por ambos lados, primero de Ponce el bueno y luego de Acevedo. Acusaron tanta nobleza y motor que incluso el alto ejecutivo se desprendió de su burladero y cuajó sorprendentes tandas, a la primera con la derecha y a la segunda con la zurda.
Otra colorada mostró la misma toreabilidad –común denominador de la nueva alquimia ganadera en Vicencio– pero menos transmisión, tardoncita y con cierta querencia a tablas; sin embargo, acudió al caballo y empujó en dos templadas varas del Bombita, pues los buenos tentadores moderan o adaptan la fuerza de su brazo a la índole de cada embestida, sin molestar a la vaca ni inhibir sus posibles cualidades. Esta también tuvo fijeza.
Por último salió una becerra mulata que de tan codiciosa se lastimó un pitón en el primer encuentro con el tentador. Aun así fue dos veces más al caballo, embistiendo abajo y con fuerza, y Acevedo aprovechó para bordar un precioso quite por caleserinas, rematado con una larga deletreada.
El temperamento del noble animal permitió que Ponce de León realizara una faena con el sentimiento y el mando que obligaba a los aficionados a sacarlo de la Plaza México en hombros aunque no hubiera cortado oreja, y a su antiguo alumno a darle torera réplica, iniciada con un increíble péndulo en los medios que hizo más evidente las excepcionales cualidades de la vaca: bravura, estilo y fuerza, para dar paso a la magia negra de la lidia
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