Editorial
Ver día anteriorMiércoles 24 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Coreas: tensión bélica y solución necesaria
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n ataque lanzado desde Corea del Norte contra la isla sudcoreana de Yeonpyeong, ubicada en el mar Amarillo, en la siempre candente frontera marítima entre ambos estados, dejó ayer dos muertos y 16 heridos. El hecho generó la inmediata condena de la Organización de Naciones Unidas, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Alemania, Japón y Rusia, y de la Unión Europea. El presidente sudcoreano, Lee Myung-bak, calificó el ataque de imperdonable e inhumano, advirtió que es necesario un enorme contrataque para que Norcorea sea incapaz de provocarnos otra vez, y puso a sus tropas en máxima alerta por primera vez desde el fin de la guerra entre ambas naciones (1950-1953). Pyongyang, por su parte, aseguró que el bombardeo fue una respuesta a las provocaciones de la marina sudcoreana –que venía realizando maniobras militares en la zona–, y advirtió que habrá nuevos ataques despiadados en caso de una incursión militar de Seúl en su territorio.

Si bien el ataque es condenable por el saldo trágico y porque genera tensiones e inseguridad crecientes en una región y un mundo sobrados de esos elementos, la postura de la comunidad internacional –con Washington a la cabeza– resulta por lo menos inconsecuente con la historia de agresiones e injerencias extranjeras en la península del sureste asiático, historia que coloca a Seúl y Pyongyang en amenaza de guerra permanente desde hace seis décadas y que constituye un componente central del actual escenario de tensión prebélica.

Cabe recordar que la península de Corea fue intervenida, a finales de la Segunda Guerra Mundial por las fuerzas estadunidenses y soviéticas que buscaban, por entonces, poner fin a más de tres décadas de ocupación japonesa, y que quedó dividida en dos estados que reclamaban soberanía sobre la totalidad del territorio desde 1948. Dos años después dio inicio una guerra entre ambas partes y su territorio fue empleado como tablero geopolítico por los dos bloques que en ese momento se disputaban el orden mundial: Washington se involucró directamente en la contienda en favor de Seúl, mientras Moscú y Pekín respaldaron política, económica y militarmente a Pyongyang.

Luego de tres años de confrontación, que dejó un saldo total de más de tres millones de muertos en ambos bandos, éstos firmaron un armisticio que dejó irresuelto el tema de la reunificación del país y de la paz misma, y que representa una de las marcas más visibles y anacrónicas del intervencionismo estadunidense en Asia. Con tales antecedentes, no resulta sorprendente que ahora, más de medio siglo después, el gobierno norcoreano haya decidido violentar ese acuerdo.

Por otro lado, si bien es cierto que la cerrazón y el belicismo del régimen encabezado por Kim Jong-il son factores indeseables y peligrosos para la paz y la seguridad de la región y del mundo, tales actitudes representan una respuesta coherente y hasta lógica ante al cerco histórico impuesto por Occidente contra Corea del Norte, a la aplicación de la doctrina de la guerra preventiva por Washington en Afganistán e Irak –episodios que han alimentado la vocación armamentista de Pyongyang, así sea para contar con elementos disuasivos ante posibles agresiones–, y al respaldo desembozado de Washington al régimen de Seúl.

La presencia estadunidense en la región y su hostilidad hacia el gobierno norcoreano constituyen, pues, factores principales de tensión regional y un obstáculo fundamental para la paz entre las dos naciones. Más aún: en la circunstancia presente, y frente a la responsabilidad histórica de las potencias occidentales en la configuración del conflicto coreano, lo menos que puede esperarse es que éstas muestren prudencia y sensatez diplomática: si la unificación es, en la circunstancia actual, una reivindicación utópica e irrealizable, es necesario que la comunidad internacional impida cualquier intento de resolver el conflicto por la vía armada e impulse, de una vez por todas, un proceso de negociación que conduzca a la firma de un acuerdo de paz. De otra forma no habrá estabilidad sostenida y duradera en esa región.