De las barricadas a las urnas
Pactos en Oaxaca
Zacatecas, ¿ejemplo?
Familias de Michoacán
uatro años después, el espectacular movimiento social de Oaxaca en 2006 parece haber quedado en la premiada impunidad de los represores (Fox, Ulises y Calderón), en la esperanza electoral de un cambio por gracia de las elites y en el sedimento de una inconformidad sin vertebración. Nada ha mejorado y todo puede empeorar: las barricadas y los plantones se convirtieron en cárcel, exilio y hostigamiento en algunos casos, mientras en otros se transmutaron en posiciones políticas, en campañas, votaciones y reformulaciones institucionales. La ganancia concreta de la rebelión encabezada por la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) ha quedado en las cuentas comiciales de la dantesca Convergencia, el panismo particularmente inflado (con Diódoro Carrasco tras bambalinas, en una especie de recomposición priísta desde la oposición
), y el perredismo marcelista que fue aceitado desde la Plaza de la Constitución para ganar aliados en la pepena por el mejor posicionamiento
frente a López Obrador, quien en la aritmética sin adjetivos parece estar desposeído de injerencia verdadera en el futuro institucional que formalmente comenzará a diseñarse en Oaxaca a partir del próximo primero de diciembre.
En ese reacomodo electoral oaxaqueño, Gabino Cué tiene demasiados compromisos facciosos por cumplir y pesados intereses de cúpula a los cuales responder. Producto de alianzas múltiples, deudor de muchas cuentas (el Arca de Cué, se dijo meses atrás aquí), difícilmente podrá desarrollar un programa que satisfaga a las mayorías, acaso ni siquiera con la muy simple exigencia elemental que animaba al movimiento de 2006, consistente en la caída (entonces) y el castigo (ahora) del repudiado mandatario saliente, Ulises Ruiz Ortiz, en cuyo entorno se asegura que hubo un pacto de gobernabilidad
con el entrante, que pasa por el control priísta del Congreso local, la aceptación de los controles y salvamentos que URO se fue fabricando mediante el Poder Legislativo local, al que tenía sometido, y la definición del ring electoral y el jaloneo institucional como únicas formas de contienda, sin recurrencia a maniobras judiciales o persecuciones personales contra un Ulises aspirante a la impunidad absoluta –aunque en el camino queden algunos de sus colaboradores, necesarias piezas menores de caza–, a tal grado que se permite anunciar mediante cataratas de anuncios en medios electrónicos su convicción de que pronto volverá a ver a sus todavía hoy gobernados.
Podría suceder, desde luego, que en un giro inesperado y auténticamente justiciero el oaxaqueño Cué tomara nota de lo que, a dos meses y medio de su toma de posesión, ha planteado el zacatecano Miguel Alonso Reyes, llegado al poder mediante la alianza del priísmo y el monrealismo. Así fuera por necesidades políticas de sometimiento de la adversaria saliente, por revanchismo grupal o por proyecto de crecimiento personal, el priísta ha hecho lo que hasta ahora nunca se había realizado con tal contundencia y difusión, el diagnóstico contable de presuntas anomalías mayores del gobierno anterior y el amago de ejercitar acción penal contra los supuestos responsables, entre ellos la propia perredista que en algún momento llegó a considerar la posibilidad de ser candidata al gobierno de la ciudad de México luego de dejar el de Zacatecas; tan influyente ella en el ámbito de Jesús Ortega que desde allí se decidió ayer la sumaria expulsión de un senador al que la hija de la gobernadora, senadora también, Claudia Corichi, acusa de ser el responsable de la derrota electoral familiar. Decisión tan arbitraria que en la propia bancada senatorial del sol azteca se ensayaban ayer fórmulas de reconsideración para no cumplir la sentencia chucho-amalista.
El propio Alonso expresó ayer las palabras que podrían ponerse en su biografía política, si finalmente todo queda en amagos o juegos de poder, pues se manifestó contra las componendas, los arreglos, lo que deriva en que no pase nada y creo que los ciudadanos ya no creen en las autoridades cuando no se actúa, cuando simplemente se ocultan cosas o se señalan en las campañas cosas y luego cuando se llega al poder no sucede absolutamente nada
. Mario López Valdez, en Sinaloa; Rafael Moreno Valle, en Puebla, y Gabino Cué, en Oaxaca, deben estar atentos a lo que suceda en Zacatecas.
Mientras tanto, con la intención de conjurar riesgos de oportunidad en el futuro, el ente llamado izquierda
vuelve la vista atrás. El cuauhtemismo que renegaba del camachismo se acerca a Marcelo Ebrard, con todo y el aroma a aguas Salinas que antes denunciaba el fundador del partido del sol azteca, y todos juntos, cardenistas, camachistas, chuchos, amalios y, según eso, también el movimiento encabezado por AMLO, coinciden en colocar en las manos paternales del ingeniero Cárdenas la conducción del vehículo electoral que hasta ahora marcha con varios volantes contrapuestos. Michoacán y las familias, en la reconstitución perredista de una presunta unidad a costa de lo que sea. Aparentar para la toma de fotografías felices, ocultando la basura histórica bajo la alfombra electoral y garantizando desde ahora que, como en Oaxaca, como en las demás entidades donde hubo cambios
, las negociaciones de cúpula, los pactos entre representantes de intereses facciosos, acaban cerrando el paso a las expectativas de transformación verdadera, convertido el circo electoral en plataforma de reacomodos, en impunidad para unos, en esperanzas sin sustento para otros, en sedimentos de inconformidad sin vertebración.
Astillas
Dos asuntos requieren clara explicación, pero es de preverse que todo quede en coartadas y demoras: los evidentes excesos del presi- denciable Enrique Peña Nieto, quien mantiene una campaña de propaganda a su favor que genera serias dudas del origen y manejo de fondos, y la danza supermillonaria de dinero público destinado a festejos y construcciones relacionadas con las fechas centenarias que parecieran haber acabado en negocios privados y cuentas opacas... ¡Feliz fin de semana!
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