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Sube a un avión de combate; después pregunta cómo bajar

El Presidente atestigua ejercicio en el que los criminales pierden la batalla
Enviada
Periódico La Jornada
Viernes 11 de febrero de 2011, p. 11

El Saucillo, Chih., 10 de febrero. ¡Ya le dieron a uno!, exclamó complacido el presidente Felipe Calderón tras constatar que un imaginario delincuente cayó abatido y fue llevado en camilla por los soldados.

Desde una torre y con binoculares en mano dominaba el campo de batalla.

El pueblo de utilería, un campo de entrenamiento del Ejército en la base de Santa Gertrudis, era tan auténtico que en el kiosco estaba desplegada una gran narcomanta con el mensaje: “Cuello a todo aquel que ponga dedo con los sardos y policías. Atte. El Padrino”.

Con las insignias de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas bordadas en los hombros de una chaqueta, el Presidente observaba las maniobras.

Los Norteños, como se bautizó a los falsos oponentes, habían secuestrado a una mujer, quien tenía que ser liberada en el operativo castrense.

Noventa soldados divididos en dos grupos hicieron su aparición. A su paso las camionetas Humvee artilladas levantaban polvo en esta ranchería desértica y desolada.

Sólo por las coplas de un corrido de Culiacán se adivinaba la presencia de alguien.

Ni un alma se asomaba de la parroquia ni del hospital que ofrecía partos sin dolor.

Para que no quedara duda sobre el giro del Centro Recreativo Las Visitadoras, la casa de color rosa tenía pintada la silueta de una voluptuosa chica. Sus clientes podían redimirse en el centro de Alcohólicos Anónimos ubicado a unas calles.

Calderón sostenía una botella de agua y daba sorbitos, pero cuando se armó la refriega no perdió detalle.

Había que despejar el lugar y saber identificar los blancos, si iban armados o desarmados, detallaba un oficial mientras ocurría el combate.

El general Ricardo Trevilla, vocero de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), aclaraba a los periodistas que cada militar llevaba cartilla de derechos humanos y de derecho internacional, y que cuando detenían a alguien siempre le pedían antes que depusiera las armas.

Resultó mejor que un videojuego, porque los francotiradores accionaron verdaderos fusiles automáticos, ametralladoras y lanzacohetes. No disparen, no disparen, ¡Auxilio, auxilio!. Una voz femenina grabada dio los toques de dramatismo.

Alguien lanzó una granada y varios se tiraron al piso. Así han adiestrado a las fuerzas de seguridad y eso ha reducido accidentes, explicaba un oficial al mandatario.

Después de 20 minutos de tiroteos, dos malhechores fueron detenidos en el kiosco y el capo El Padrino en la bodega popular. Ni una baja militar. Fue cuando el titular de la Sedena, Guillermo Galván, y el Presidente comentaron las escenas como si estuvieran viendo una película.

Un agente del Ministerio Público entró a escena para dar fe de la detención de los delincuentes.

Se suspende el ejercicio, decretó un oficial y la esposa del Presidente, Margarita Zavala, aplaudió entusiasmada. Muy bien, muuuchas gracias. La simulada guerra se había ganado.

Para completar la aventura bélica, Calderón remató el recorrido sentado en uno de los nuevos aviones CASA matrícula 4501. Con un no traigo licencia, si no sí, libró las invitaciones a conducirlo, y luego pidió ayuda para salir de la nave de combate: ¿Cómo me bajo? La respuesta fue: igual.