ristemente la Escuela de Escritores de Sogem vuelve a ser noticia. Otro director, como hace dos años, es despedido a la mitad del semestre. Sólo algo de mucha, muchísima, gravedad lleva a tomar una determinación, ya repetida, que pudo haberse dado en mayo, al cierre del semestre y sin escándalo.
Pero es que la Sogem misma, y por ello la escuela también, han modificado sus miras de una forma que ya no reconozco. Cuando se abrió la Escuela y durante muchos años después, su prestigio era muy grande y logró convocar a jóvenes deseosos de ser orientados por la experiencia de personas reconocidas en el mundo de la cultura. Ahí estuvieron, impartiendo sus lecciones, Vicente Leñero, Hugo Argüelles, José Antonio Alcaraz, Arrigo Coen, Mónica Lavín. Siempre supimos que no se puede enseñar a escribir, como se enseña un oficio, por ejemplo, el de encuadernación. ¡No!, se trataba de compartir experiencias, señalar flaquezas, orientar la pluma y las lecturas de los alumnos. Había una libertad grande de cátedra, ya que la Escuela no competía con una carrera universitaria de letras. Su fin era acercar a jóvenes talentosos a la cocina misma de la creación.
Se dice que los asistentes a la Escuela obtuvieron muchos premios, y así fue, porque se les abrieron perspectivas generosas a los alumnos. No creo que nunca haya sido la institución autosuficiente del todo, pero en ese entonces, cuando la Sogem misma convocaba ampliamente al gremio nacional e internacional de escritores literarios, se debe haber pensado que era una buena forma de apoyar el amor a las letras y la excelencia dentro de éstas. No ignoro que, durante años, hubo manejos oscuros en las finanzas que se silenciaron en la Sociedad misma; sin embargo la Escuela era otra cosa, era el punto de reunión para el placer del pensamiento y la reflexión. Acaso, la forma de expiar la culpa de sus dirigentes.
En ese sentido, la distancia entre la Sogem y su escuela no ha cambiado. Lo que sí ha cambiado diametralmente son las miras. Todas las miras, ya que en aras de mejorar la economía de la Sociedad se desmanteló la biblioteca (ahora un restaurante de un ex empleado) y el acervo de guiones, por ejemplo. Es curioso que mientras alrededor del mundo se estimula la creación de fondos editoriales, la Sociedad General de Escritores de México deseche su colección de mucho tiempo.
Hace dos años, con motivo del despido del director anterior de la Escuela, y asimismo con motivo de los comentarios de cuestionamiento frecuentes en la prensa, también se objetó la enseñanza, en general, que impartía ésta y se ofreció modernizarla
dando clases de computación. Ahora cada vez se intenta acercarla más a una escuela de artes y oficios, ofreciendo esta vez lecciones de encuadernación. (Acaso para componer el deterioro de los libros que aún existan y que ya no tienen anaqueles para resguardarlos.)
En esta ocasión, además, se objeta el impartir el conocimiento de la mitología, tanto clásica como más moderna, es decir, de Venus y Apolo a Fausto. ¿Dónde quedarían escritores, como Eurípides o Goe-the que en ésta se inspiraron? ¿Dónde quedan las posibilidades de ampliar la cultura de los estudiantes, cuya educación escolar previa suele ser tan defectuosa? ¿Dónde quedan los temas eternos en los que los escritores han abrevado durante siglos? ¿Perdieron los mitos su vigencia perenne?
Vuelvo a la fundación de la Escuela dentro de una construcción que contiene la casa de José Juan Tablada. Nunca se pretendió que las instalaciones fueran de lujo. Lo que sí se pretendió es que tuvieran la suficiente dignidad y decoro para albergar correctamente tanto a maestros como alumnos. Y así lo fue en tiempos mejores. Pero las instalaciones a las que se les niega el mantenimiento se deterioran sin remedio. Y éste es el caso que se le añade a los otros muy graves que aquejan al concepto mismo de la Escuela. La construcción y sus acabados están, éstos mismos, acabados o en vías de ello. Llegar a dar o recibir clases en estas condiciones es muy poco estimulante para la planta docente y para el alumnado. Hay una sensación de decadencia que no puede, de ninguna manera, parangonarse con una a la manera del escritor francés Baudelaire, sino, más bien, con la decrepitud a secas.
¡Qué pena! que la Escuela de Escritores que fue pionera en nuestro país esté hoy en día en circunstancias tan mortalmente adversas.