Opinión
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Ruta Sonora

Rita Guerrero (1964-2011)

V

eo una luz que rebasa mi muerte / siento el amor que me invita a ser fuerte, eran los versos que parecían emanar de los labios entreabiertos de Rita Guerrero mientras reposaba cual una reina dormida, vestida en rojo granate, bajo un velo translúcido, sobre un gran tablado, nada de cajas, y al fondo retablos barrocos, el último gran montaje de su vida, en el ahora auditorio Divino Narciso, antes religiosa capilla jerónima, la noche del sábado 12 de marzo pasado. El mismo recinto que había albergado el sonido de su voz como titular del Coro Virreinal del Claustro de Sor Juana (ahora se llamará Coro Rita Guerrero), parecía extrañar y aún escuchar su peculiar emisión, educada en el belcanto y traída al rock, influida por Nina Hagen y Diamanda Galás, como nadie había hecho en el rock hecho en México.

Rita, quien falleció el viernes 11 cerca de las 22 horas, fue velada el sábado siguiente, entre retahílas de cirios, gladiolas y nardos, así como sones jarochos brindados por sus ex compañeros musicales. Irradiaba una luz que en efecto rebasaba su muerte, en medio de un amor que a lo largo de su existencia sobre este plano material la ayudó a ser fuerte, en un sano ejercicio de cariños sembrados, cosechados y vueltos a sembrar. Pocas veces vio, quien escribe, una despedida tan bella, tan digna. Ni una brizna de grisura. Un adiós entrañablemente poético.

En medio del tumulto (entre las 18 y las 21 horas circularon unas 3 mil personas) y de la tristeza, el amor podía sentirse en el aire como un consuelo, una esperanza, de la misma forma en que dicho amor espeso y punzocortante pudo sentirse el 6 de diciembre pasado, cuando se le hizo un homenaje en el Teatro de la Ciudad y se mostró conmovida: ella no quería que se llevara a cabo, sentía no merecerlo: de ese tamaño su humildad. Finalmente aceptó, y es inmensa alegría saber que se fue con ese tesoro guardado en el alma.

La partida de una persona joven, tan intensa, es siempre desoladora. Sin embargo, su vida fue fructífera, generosa en obras musicales y sociales. Su solidaridad con las causas estudiantiles, o su liderazgo al frente de las organizaciones Serpiente sobre Ruedas o La Bola, a fines de los años 90, a favor de las comunidades zapatistas, dieron ejemplo a miles. Nunca hizo nada que traicionara sus principios, nunca cedió ni un ápice de integridad. Quienes trabajamos con ella en aquellos lances, sabemos que la comandanta Rita, como le decíamos, siempre ponía en primer lugar a los demás que a ella misma; siempre fue mano primera en llenarse de tierra los zapatos con tal de ir a las universidades a informar lo sucedido en Chiapas, en organizar conciertos, en llevar ayuda económica y música a las comunidades en conflicto. De carácter sencillo, de cerca era en realidad tímida, pero sus decisiones y vocación de mando eran de hierro.

Amigos cercanos cuentan que, ya en el hospital, poco antes de morir, un compañero de cuarto, también en sus últimos días, le pidió a Rita que le cantara La Llorona, como voluntad postrera, y por supuesto ella lo hizo.

Porque ante todo, quien dio voz al trabajo de una agrupación de excelentes e inquietos músicos, Santa Sabina, fue una mujer que amaba mucho. Hija pródiga de un barrio trabajador de Guadalajara, Rita creía en generar belleza y calidad en todo lo que tocara, para mitigar una existencia que le dolía y le parecía absurda. Se asumía una vampira, una darky, cuyo respeto al escenario (su formación actoral y teatral la desmarcaba de querer ser una estrella de rock) la llevó a esculpir una vida apasionada, creadora de un personaje sensual (nunca vulgar), intempestivo, fogoso, que, lejos de ser una careta, le representaba un vehículo para hacer brotar su gran vitalidad, su inviolable honestidad.

Rita Guerrero, quien dejó este plano a los 46 años, será recordada siempre joven, hermosa, llena de energía. Sin duda marcó un hito, musicalmente hablando, proveniente de una generación en la cual la escena del rock en México seguía en formación, y la resistencia confería carácter de héroe a quien luchara por abrir espacios. Su estilo gótico, en combinación con el funk-progresivo de Santa Sabina, generó un estilo tan particular, que cualquier canto que se acerque llevará a la comparación. Se volvió única, inimitable. Su cariño por la poesía y su rendición por el buen gusto escenográfico le hicieron siempre montar espectáculos de notable calidad artística.

La tristeza permanece, pero queda el gozo de su alegría bizarra, vampírica, zapatista y espiritual (no olvidar su trabajo con el Ensamble Galileo). Su voz nos sigue acompañando; su ejemplo de lucha, también. Rita, quien ya era una leyenda en vida, lo seguirá siendo, como parte del santuario mexicano de la música independiente, comprometida, hermosa, que marcó a toda una generación. Hasta siempre, Rita.