tranquilidadpreocupante
on significativos y diversos los indicios sobre una posible desaceleración de la economía nacional en los próximos meses. Desde el descenso en el ritmo de crecimiento del sector manufacturero de Estados Unidos en julio pasado –sector de capital importancia para la economía nacional, dada su relación con diversas ramas de la industria en nuestro país– hasta los resultados de la encuesta realizada recientemente por el Banco de México a analistas y consultores del sector privado –según quienes la economía mexicana crecerá este año menos de lo previsto originalmente, como resultado de la inestabilidad financiera internacional y la debilidad de los mercados externos–, la información disponible prefigura escenarios de dificultad económica que tendrían que ser atendidos por las autoridades a efecto de evitar desplomes mayúsculos.
El telón de fondo ineludible de estos barruntos de desaceleración es el clima de incertidumbre propiciado por la discusión sobre un nuevo techo de endeudamiento público para Estados Unidos, que ayer propició –a pesar del acuerdo alcanzado por republicanos y demócratas el domingo pasado– una caída en los principales mercados bursátiles de Estados Unidos y Europa. Asimismo, es de suponer que, a mediano y largo plazos, el plan de recortes presupuestales impuesto por el bando republicano a la administración de Barack Obama terminará por generar nuevas afectaciones para la economía de ese país. El panorama no es esperanzador, si se toma en cuenta la dependencia estructural de la economía nacional respecto de la estadunidense: parece previsible, por ejemplo, que un menor crecimiento en los sectores manufacturero y de la construcción –que concentran la mayor fuente de empleo para los mexicanos en el vecino país– termine por revertir el incremento observado en las remesas provenientes de Estados Unidos en el último semestre, uno de los contados componentes de la economía nacional que se han mantenido en expansión en los últimos meses.
Ante el actual panorama de malos augurios económicos, resulta preocupante, por decir lo menos, que los funcionarios del gabinete calderonista no encuentren, en la presente circunstancia, motivos para moderar su optimismo. La Secretaría de Hacienda y Crédito Público mantuvo ayer sus expectativas de crecimiento para este año en 4.3 por ciento, y señaló que este pronóstico factible
se debe el fortalecimiento de la demanda interna, dejando de lado que la debilidad de ese mercado es, justamente, una de las principales rémoras para el desarrollo nacional, como advirtió ayer mismo la Confederación Patronal de la República Mexicana.
Los pronósticos oficiales respecto de la economía nacional desentonan a tal grado con el conjunto de advertencias e indicadores tanto internos como externos, que resulta obligado preguntarse si no se trata de una nueva demostración de la indolencia y la falta de previsión que caracterizaron el desempeño gubernamental en los albores de la crisis financiera de 2008 y 2009. Cabe hacer votos por que la tranquilidad del grupo en el poder esté justificada, que el optimismo no sea una redición de las visiones idílicas que llevaron a formular que México sufriría, a lo sumo, un catarrito
como resultado de las crisis financiara del año antepasado –la cual se saldó con una caída sin precedente en la economía nacional–, y que el país no se vea atrapado en una nueva crisis que potencie y magnifique desajustes internos en materia económica, social y política. De lo contrario, el régimen calderonista podría estar asestando, con la actitud comentada, un golpe demoledor a su propio margen de maniobra y a la gobernabilidad del país.