Editorial
Ver día anteriorDomingo 11 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El 11-S, a 10 años
E

l mundo asiste hoy a la conmemoración de la primera década de los ataques terroristas que destruyeron la sede neoyorquina del World Trade Center y parte del edificio del Pentágono; que segaron más de 3 mil vidas inocentes y que significaron el acto inaugural de un periodo de regresión en la libertad, la seguridad, la paz y la tolerancia, y el remplazo del elemental sentido de justicia por la venganza contra culpables reales o supuestos.

Luego de los atentados ocurridos el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, y con el pretexto de fortalecer la seguridad de su país y sus conciudadanos, el ex presidente George W. Bush ordenó el bombardeo de Afganistán y la posterior ocupación de ese territorio; emprendió un severo recorte de las libertades individuales y de los derechos humanos en el marco legal estadunidense a través de la llamada Ley Patriota; recurrió a la mentira, la amenaza y el chantaje –quienes no estén con nosotros están con nuestros enemigos– para involucrar a sus aliados en una cruzada contra el terrorismo internacional y, a finales de marzo de 2003, atacó Irak y acabó hundiendo a su propio gobierno y a los de quienes lo respaldaron en una aventura bélica ilegal, colonialista, devastadora y contraproducente. El saldo desastroso de esas agresiones asciende hasta ahora a cientos de miles de muertes –entre los que se cuentan unos 6 mil soldados estadunidenses y más de un millar de otras nacionalidades–, daños materiales incalculables y una situación de catástrofe equiparable a la extinción nacional tanto en el país mesoriental como en el centroasiático.

En retrospectiva, este saldo resulta demasiado elevado en función de los resultados obtenidos por la cruzada de Bush y sus aliados, y hoy, a pesar de la fragmentación y dispersión de Al Qaeda –presunta responsable de los atentados del 11-S– y de la muerte de su supuesto líder, Osama Bin Laden, en mayo pasado, el fenómeno del terrorismo como tal sigue vivo y se ha extendido a lo largo y ancho del orbe. Por añadidura, no obstante la conversión de los aeropuertos del mundo en cuarteles de alta seguridad, de la proliferación de membretes y oficinas de seguridad e inteligencia en la nación vecina, la tranquilidad plena de ese país no ha podido recuperarse, como se demuestra con el temor, presente en las autoridades y la población estadunidenses, sobre amenazas creíbles de atentados durante los actos conmemorativos de hoy.

En el ámbito geopolítico, la concentración casi exclusiva de Washington en el combate al terrorismo internacional terminó por producir una incapacidad de su parte para comprender una realidad mundial multipolar mucho más compleja que el agrupamiento faccioso entre el bien y el mal que defendía el propio Bush. Como consecuencia de ello, Estados Unidos ha enfrentado, en estos años, una disminución en su proyección internacional que se refleja en su nula capacidad para mediar en inveterados conflictos, como los que persisten entre Israel y Palestina y entre las dos Coreas; en la actitud cuando menos errática que asumió ante la ola de transformaciones vividas recientemente en el mundo árabe, y en el enfriamiento de sus relaciones con Europa y con el conjunto de economías emergentes –Brasil, Rusia, India y China– que ejercen, hoy por hoy, un contrapeso a los afanes hegemónicos de la Casa Blanca.

La gestión de Barack Obama arrancó con la consigna de remontar la bancarrota moral, política, diplomática y económica que supuso la era Bush para Estados Unidos, y en esa lógica el actual presidente ensayó algunos giros en el discurso, emitió mensajes de distensión hacia el mundo árabe y anunció la decisión todavía no concretada de poner fin a las guerras emprendidas por su antecesor. En tal contexto, tras el ajusticiamiento de Osama Bin Laden y con el inicio del retiro de tropas en Irak y Afganistán, da la impresión de que el actual gobierno pretende cerrar un ciclo iniciado con los atentados de hace hoy 10 años y dar por superado ese oscuro periodo de la historia mundial. Tal propósito es improcedente, habida cuenta de que persisten, bajo la administración del político demócrata, algunas de las atrocidades que caracterizaron la cruzada de su antecesor republicano tras los ataques del 11-S: la operación del campo de concentración de Guantánamo –en lo que constituye un incumplimiento de una de las principales promesas de campaña del hoy mandatario–, la continuación de las medidas emanadas de la Ley Patriota, los juicios militares de sospechosos de terrorismo y la detención indefinida de éstos, por citar algunos de los elementos más ominosos.

Los retos que enfrenta el mundo de hoy son distintos e incluso más complejos que los de hace una década, y es posible que otros sucesos ocurridos en el transcurso de estos años –como la crisis económica iniciada en 2008 y todavía vigente– terminen por incidir en el curso político y económico planetario en forma tanto o más radical que los ataques que se conmemoran en esta fecha. Pero en lo inmediato es necesario que el gobierno de Washington ponga fin a las inercias nefastas heredadas de su antecesor a raíz de esos hechos; rehúya las prácticas imperialistas y arbitrarias que provocan la proliferación de sentimientos antiestadunidenses en el planeta, y esclarezca y sancione los crímenes de guerra cometidos en el contexto de la venganza por los atentados. Sólo entonces el mundo estará en posición de considerar al 11-S y su estela de barbarie como parte del pasado.