n el marco del ciclo Nuevas Teatralidades de la Compañía Nacional de Teatro se presentan la compañía quebequense Le Carrusel –que ya ha tenido presencia entre nosotros– y el Theatre d’Aujourd’hui con la obra El ruido de los huesos que crujen de Suzanne Lebeau dirigida por Gervais Gaudreault y publicada en el Cuaderno de repertorio /13 con las imprescindibles entrevistas de Alegría Martínez a diferentes miembros de la escenificación. Además de los montajes de su colectivo en diversos festivales y los talleres que imparte la dramaturga acerca del teatro para niños y jóvenes en nuestro país, algunos textos suyos se han escenificado por directores y actores mexicanos, como sería el caso de Salvador dirigido por Sandra Félix, El ogrito en dirección de Martín Acosta y Una luna entre dos casas que presentó con títeres de mesa la compañía Marionetas de la Esquina, con temas diversos y a veces encontrados. El ruido de los huesos que crujen trata el desolador caso de los niños y niñas raptados por diferentes grupos en guerra para ser convertidos en soldados, tema que ya antes ha sido presentado en México por Maribel Carrasco con su obra Quién teme a Espantapájaros y ambos dramas están llamados a hacer conciencia en los niños y púberes en contra de esa horrible realidad que, en nuestro país, nos hace pensar en los pequeños atrapados por los grupos del crimen organizado.
La acción de El ruido de los huesos que crujen, esos huesos infantiles maltratados y rotos, se desarrolla en varios tiempos, el del pasado reciente en que la niña Elikia huye con el pequeño Joseph a través de la selva de un país del que no se explica cuál es (aunque muy posiblemente sea el Congo, que fue visitado por la autora) y la comparecencia de la enfermera Angelina ante un grupo de políticos y notables, que es el presente, con la indiferencia de quienes la escuchan, que sería la indiferencia de todo el mundo ante los datos del fenómeno y el motivo por el que la dramaturga escribió su obra. En el recorrido por la selva de los dos niños, la forma es de narrativa, a veces de diálogo y lo que es narrado podría muy bien ser parte del testimonio escrito que deja la niña en la libreta que le dieron en el hospital y del que la enfermera lee algunas páginas. El pasado reciente, las remembranzas de un pasado más remoto en el doloroso recuerdo de Elikia y el presente que explica la enfermera en su comparecencia se alternan, recuerdos remotos de la niña que cuenta al compañerito que intenta salvar en la huida por la selva, nos remiten a la atroz realidad de estos dos niños que resumen a todos los niños del mundo que viven parecidas circunstancias, quizás peor para las niñas que además se convierten en esclavas sexuales. Bien lo sabe esta niña por lo que se niega a separarse de la Kalachnikov o metralleta que le regaló su captor Rambo, nombre que nos trae a la mente a todos los matones armados a partir de la película. La traducción de Cecilia Fasola conserva todos estos matices.
El director Gervais Gaudreault y su equipo (escenografía de Stephaníe Longré, la iluminación de Dominique Gagnon y el vestuario de Linda Brunelle, entre otros) dan tonos sombríos para las escenas de la selva vistas a través de gasas con dibujos que podrían ser de árboles y alguna vez con la sombra agigantada de los niños, en contraste con colores más vivos en el vestuario de la enfermera en el entorno cercano de su comparecencia iluminado con mayor brillantez. Este juego del director se compagina de excelente manera con los tránsitos de un tiempo a otro del texto original y ubica los dos escenarios, uno distante tras las gasas y otro cercano al proscenio en que la enfermera, encarnada de manera espléndida por Luisa Huertas que da una gran verosimilitud al personaje, tanto en las pausas en que aparenta escuchar a sus interlocutores de su público, como las transiciones de la emoción casi incontenible a la seriedad con que ve su cometido. Los niños son interpretados por una actriz y un actor jóvenes a los que, por fortuna, nunca se les pidió aniñarse en voces y gestos, dejando que la bella voz de Diana Sedano como Elikia se escuchara tal como es y sin someter a David Calderón como Joseph al ridículo de comportarse como un niño de siete años.