ientras en Wall Street, donde todavía se ubica el corazón financiero del mundo, miles repudian la avaricia desmedida e insensata de las grandes corporaciones financieras, algunas de las más prominentes de éstas prosiguen su ataque contra Wikileaks, la organización cibernética que tanto ha contribuido a desnudar el funcionamiento podrido del sistema político y económico mundial.
Bank of America, Visa, MasterCard, Western Union y PayPal, que controlan la enorme mayoría de las transacciones electrónicas en el planeta, decidieron bloquear toda donación destinada al portal de las filtraciones.
De esa manera, han logrado reducir en 95 por ciento los ingresos de Wikileaks. Las directivas de esas empresas, que no rinden cuentas a nadie más que a sus socios, han rehusado explicar los motivos de su actitud.
Ante tal silencio, es lógico suponer que decidieron acatar solicitudes del gobierno estadunidense para asfixiar económicamente al sitio fundado por Julian Assange.
Sean cuales sean sus inconfesables motivos, este pentágono financiero actúa en forma ilegal e inmoral, porque el propósito manifiesto de Bank of America, Visa, MasterCard, Western Union y PayPal es hacer que sus respectivos dueños ganen dinero, y no acosar a quienes denuncian las inmundicias del poder público ni ser guardaespaldas mediáticos del Departamento de Estado, la Casa Blanca y el departamento de Defensa.
El boicot a Wikileaks pone de manifiesto, en toda su crudeza, la realidad de los poderes fácticos: en la lógica, de por sí perversa, de las democracias parlamentarias capitalistas, los conglomerados financieros tienen patente de corso para reventar empresas competidoras, pero no para erigirse en gestores de la censura, para atropellar la libertad de expresión y el derecho a la información o para decidir quién vive y quién muere en el ámbito de las instancias informativas.
La incursión ilegítima del poderío empresarial en la opinión pública ha servido, entre otras cosas, para que el olvidable Fernando Collor de Mello tomara la presidencia de Brasil, en la década antepasada; para que el delincuente Silvio Berlusconi se hiciera con la primera magistratura en Italia o para que en México Televisa emitiera un voto de calidad a favor de Felipe Calderón en las fraudulentas elecciones de 2006 y pretenda ahora imponer al país un candidato forjado a la publicitaria manera de la comida chatarra: Enrique Peña Nieto.
Obviemos la paradoja de que por las venas financieras de dos de esos pudorosos pilares del sistema, Bank of America y Western Union, han corrido generosamente las narcodivisas, como reveló la agencia Bloomberg hace poco más de un año.
Aun si se tratara de instituciones verdaderamente apegadas a la legalidad, ninguna de las cinco entidades, y ninguna otra, tiene el menor derecho a decidir qué podemos y qué no podemos saber respecto de los enjuagues secretos de los gobiernos.
Ayudar a Wikileaks en este trance difícil es un deber moral de quienes, por medio de su labor de difusión, han podido enriquecer la comprensión de sus propios entornos políticos y económicos. Permitir que la asfixia financiera acabe con esa organización significaría una pérdida para la verdad y para la libertad.
Se puede colaborar divulgando esta historia digna de una dictadura travestida en democracia como la que Lillian Hellman retrató en Tiempo de canallas.
En vimeo.com/25412550 y en vimeo.com/30998268 hay videos que la reseñan; hay más información en bit.ly/oOJZwR. También se puede enviar dinero a Wikileaks –un dólar, diez, cincuenta– por medio del sitio flattr.com/
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