yer, en coincidencia con el arranque de la reunión cumbre del G-20 que se realiza en Cannes, Francia, cuya agenda ha sido prácticamente monopolizada por la crisis en Grecia, el primer ministro de este país, Giorgios Papandreou, decidió dar marcha atrás en su intención de realizar un referendo sobre el rescate aprobado la semana pasada por los gobiernos de la Unión Europea, el cual supuestamente salvaría a la nación mediterránea de la quiebra económica, y llamó a la oposición conservadora, articulada en el partido Nueva Democracia, a integrar un gobierno de unidad que impulse una solución a la crisis.
Aunque la medida ha tenido el efecto inmediato de calmar los mercados bursátiles, sumidos en la incertidumbre tras el anuncio formulado por Papandreou a inicios de semana, la claudicación de los planes del gobierno de Atenas ante las presiones de las autoridades de Bruselas, de la oposición conservadora y de sectores de su propio partido –el Movimiento Socialista Panhelénico (PASOK)– pone en perspectiva la inmoralidad intrínseca de la dinámica económica dominante, en función de la cual la tranquilidad de los capitales es sistemáticamente colocada por sobre la voluntad y los intereses de las poblaciones.
En efecto, si bien el referendo propuesto por Papandreou planteó de entrada una disyuntiva entre dos escenarios negativos –la aprobación de cuotas adicionales de sacrificio para la población helénica vía nuevos recortes presupuestarios o la eventual quiebra de ese país como resultado del retiro de las ayudas financieras otorgadas por la UE y la consecuente amenaza de descalabros planetarios–, la decisión de consultar a la población de ese país sobre medidas que afectarán su vida y sus destinos era en sí misma plausible, y si algo podía haberse reprochado al gobierno de Atenas es que la hubiera adoptado hasta ahora y no hace meses, cuando fueron impuestas las primeras terapias de choque
a la castigada sociedad griega.
Ahora, a consecuencia de los titubeos iniciales de su gobierno y de presiones endógenas y exógenas, Grecia se coloca en la perspectiva de un agravamiento no sólo de su crisis económica, sino también de la social y la política, si se toma en cuenta el previsible descontento que provocará la aplicación del nuevo plan de salvamento
europeo, y si se considera la posibilidad de un intempestivo cambio de régimen en ese país: esto ultimo podría ocurrir hoy mismo, en caso de que Papandreou no logre superar la moción de confianza que se votará en el Parlamento, o en los días próximos, si se da crédito a las versiones extraoficiales de que el primer ministro griego renunciará en cuanto logre pactar una coalición gobernante que pueda llevar adelante el paquete de medidas impuestas por la UE.
En el estado actual de cosas es pertinente insistir en el error que cometen los gobiernos europeos al presentar como solución a la crisis griega la aplicación del recetario del llamado consenso de Washington, que preconiza una suprema austeridad fiscal, el castigo económico a las poblaciones de países en apuros y la rendición de las naciones a los intereses de los capitales financieros trasnacionales. Tras los desastrosos resultados del neoliberalismo –que se vivieron en los países pobres, como el nuestro, muchos años antes que en las naciones ricas que lo impusieron en casi todo el planeta–, la solución a los problemas de economías como la griega pasa por la reactivación de la producción y los mercados internos y por el establecimiento de límites a los apetitos insaciables de la especulación capitalista.
Ahora, cuando el mundo se vuelve a colocar en la perspectiva de una nueva catástrofe económica de gran magnitud, es urgente que las distintas autoridades nacionales –como las que se reúnen en estas horas en Cannes– discutan y emprendan la postergada reforma del modelo económico vigente. De lo contrario, tragedias como la griega seguirán repitiéndose cíclicamente y los pueblos seguirán pagando las consecuencias de la irracionalidad y el desmedido afán de ganancias de los capitales especulativos y los circuitos financieros.