l año que acaba de terminar, plagado de injusticias, que duelen para los que nos decimos de izquierda, tuvo también una que nos tocó en carne propia: la increíble sentencia de la Suprema Corte de Justicia en la demanda que La Jornada interpuso contra Letras libres por la infame acusación de que el diario, sus dirigentes y quienes laboran o colaboramos en él estamos ligados al terrorismo. Esa es la manera en que algunos dicen hacer periodismo y algunos dicen hacer justicia. Pero pasemos a otra cosa, porque trajo también una que otra buena noticia para los gremios artísticos, como es la cercana posibilidad de que los artistas puedan tener seguridad social, como ya fue reseñado en estas páginas por mi compañero Carlos Paul.Y trajo también la noticia de que el Premio Nobel de la Paz le correspondió a la Lisístrata liberiana Leymah Gbpwee, por su activismo que incluyó un llamado a las mujeres a decretar una huelga de sexo, con lo que se demuestra que la realidad puede imitar al teatro, así sea muchos siglos después.
Y el teatro, imitando a la realidad, tuvo un buen ejemplo en Los asesinos, la estupenda metáfora de David Olguín acerca de la violencia que sufre nuestro país. Hubo buenos montajes, como todos los años y el feliz debut de Mariana Giménez con La paz perpetua de Juan Mayorga en que la excelente actriz sigue los pasos de histriones como Daniel Giménez Cacho y Marta Verduzco que se han interesado por la dirección escénica con muy buenos resultados; vale la pena insistir que este montaje se realizó gracias a acuerdos –que deberían intensificarse– entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) a través de la Compañía Nacional de Teatro, que produjo este montaje, y la Dirección de Teatros de la Secretaría de Cultura capitalina a cargo de Nina Serratos que prestó el teatro Benito Juárez y que sostiene también acuerdos con la Coordinación de teatro del INBA encabezada por Juan Meliá, entre otros para la presentación de espectáculos en diferentes barrios gracias al camión escenario llamado festivamente Salón Blanquito
. Para sorpresa de muchos, la Coordinación de Teatro del INBA destinó el teatro Julio Castillo, el mejor con que cuenta en el Centro Cultural del Bosque, para que un grupo desconocido en el medio escenificara una versión de La dama de las camelias, hecho que esperamos no se repetirá.
El Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México dirigida por Enrique Singer este año recuperó la excelente idea de ligar el arte escénico y la academia gracias a la escenificación de La inauguración del escritor y político checo Václav Havel, autor de la llamada revolución de terciopelo
, dirigida por David Psalmon que dio lugar a la mesa de análisis y discusión bajo el rubro de Havel, la frontera de las ilusiones. Casa de la Paz, el edificio teatral de la Universidad Autónoma Metropolitana, bajo la dirección de Jaime Chabaud, alterna alguno montajes teatrales con sesiones de cine y música, con una actividad creciente y el Centro Cultural Helénico tuvo cambio de director porque Antonio Crestani pasó a ser Director General de Vinculación Cultural de CNCA y en su remplazo entró José María Mantilla que al parecer sigue la misma política que su antecesor y ex jefe, dejando el Teatro Helénico para producciones comerciales –como lo demuestra Rojo de John Logan, dirigido por Lorena Maza en muy cuidada escenificación, pero que peca de haber llamado a Brozzo para el papel principal– y la Gruta para escenificaciones más modestas. Los teatros de El Milagro y el Círculo Teatral sirvieron también para dar a conocer a grupos nuevos, sobre todo el primero con su programa de Teatro Emergente.
También este año pasado nos despedimos de Carlos Solórzano, decano en la docencia e infatigable promotor del teatro latinoamericano; de Soledad Ruiz, alumna de Seki Sano, actriz, docente y directora; de Lorenzo de Rodas, muy conocido en cine y Tv, pero que actuó y dirigió varias obras teatrales: Julia Marichal, víctima de un repugnante asesinato y el más conocido de todos, Pedro Armendáriz, que fue actor en varias escenificaciones.