En la decimoséptima corrida en la México ahora los mansos fueron de Julián Hamdan
Zotoluco y José María Manzanares regalaron un toro
Floja entrada para ese cartel
Lunes 20 de febrero de 2012, p. a42
Ojalá los sensibles diputados de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal se enteren de que existen antitaurinos de fuera de la fiesta, desinformados pero aguerridos, y antitaurinos de dentro, despreocupados de los tiempos y con una idea muy equivocada de bravura, de espectáculo, de servicio y de tauromaquia.
Uno de los mejores toreros de España en la actualidad, la primera figura de México y otro de nuestros jóvenes diestros con rodaje internacional apenas si lograron hacer menos de un cuarto de entrada. Ni modo que los responsables sean los antitaurinos y el público. Además, tres horas y media de intentos de creación artística son excesivas y con otro encierro de mesas con patas, más.
¿Por qué los que se dicen figuras del toreo exigen lo más cómodo, es decir, lo más difícil para triunfar en el arte de la lidia? José María Manzanares, después de su brillante temporada española en 2011, que lo colocó como el otro torero más importante de la Península, ¿para qué pide aquí, como Ponce y El Juli, el torito manso y menso? Zotoluco es otra cosa, pues a los 44 años de edad y 25 de alternativa y tras meritorios esfuerzos en ruedos de España, ya no tiene que demostrar nada. Por su empeñosa parte, Joselito Adame tuvo la suerte de encontrarse con el único ejemplar que transmitió, más que peligro, alegría y repetitividad.
Entre los huecos del reglamento taurino del DF destaca la ausencia de multas ejemplares para el ganadero y el empresario que en una corrida no cumplan con lo que anuncian y por lo que cobran. Pero, claro, ese tipo de legislación exige cabeza, trabajo y compromiso.
El grueso de la ganadería mexicana ha caído en una bravura virtual, ya sin necesidad de castigar por las escasas posibilidades de embestir; reses con cierto trapío a las que en vez de un puyazo se les abre un ojal para luego intentar pasar sin codicia detrás de los engaños. A veces son indultados. ¿Qué trascendencia puede tener eso? Es la tumba de una fiesta que por ya no ser brava será breve.
El triunfador ante esta procesión de mansos y débiles fue el hidrocálido Joselito Adame, pundonoroso, con hambre de ser y de decir, que recibió al sexto de la tarde con una larga cambiada a porta gayola, luego dio otras dos, llevó por chicuelinas andantes al toro a que le abrieran su ojal, arrojó la montera para provocar la embestida de Vida mía, instrumentó tres movidas zapopinas y torera media verónica, cubrió con emoción y oficio, aunque juntando los palos antes de clavar, el segundo tercio; inició su trasteo con dos limpios y ajustados pases cambiados, estructuró una inteligente y sentida faena derechista a la que añadió ajustadas bernadinas, se volcó en rabioso volapié dejando una estocada entera, acertó al primer golpe de descabello y a petición del franciscano público recibió las dos orejas del menos débil y manso de los astados.
Eulalio López Zotoluco, que batalló con dos inválidos y en su segundo incluso escuchó los aires de Las Golondrinas a cargo de un entonado tenor, como insiste en torear lo que menos contribuye a su recia tauromaquia regaló uno de Montecristo que hizo cosas de bravo, se lastimó al clavar los pitones en la floja arena y dar una vuelta de campana, pero mostró la diferencia enorme entre tauridad y docilidad.
El sobreadministrado Manzanares recurrió también al torito de regalo y se topó con Radio mil, también de Hamdan, que mostró cierta acometividad y poco estilo. Quitó por ceñidas y templadas chicuelinas, sin acharamuscarse en esa suerte como su señor padre, y consiguió una faena decorosa, alejadas las anatomías pero abundantes los detalles, como una delicada trincherilla y aquel desmayado cambio de mano. Se llevó su oreja.