Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Esto no es un plagio
H

ace unos días invité a comer a un amigo siquiatra que atiende en Coyoacán. A la hora fijada, se abrió la puerta del consultorio. El cruce de miradas con su paciente fue inevitable. Caminamos hasta un restaurante cercano, y a los postres, luego que un arpa veracruzana dejó de sonar, dije:

–Carlos, tu paciente nos vino siguiendo y ahorita, no te voltees, está parapetado detrás de una columna.

–Qué raro…. Acabo de suministrarle un ansiolítico que, por lo visto, no le hizo efecto. Dice que lo persigue la policía política de la UNAM. ¿Trae algo contigo?

–Es un profesor de literatura que me acusó de plagio.

–No eres el primero.

–Perdón, Carlos... Sé que en tu chamba la indiscreción es anatema.

–Pos díselo a él cuando en su revista ventila nuestras pláticas privadas.

–¿Es un caso grave?

–Digamos… inusual. El primer ataque lo tuvo el año pasado, en Sears. Entró al vestidor de la tienda, y al ver su imagen reflejada al infinito, se puso a romper los espejos. En la delegación, declaró a los gritos que él era copia de nadie.

–A poco…

–Y tampoco creas que es pelón. Se rasura para no peinarse frente al espejo.

–A mí me contaron que una alumna le regaló un cidí de Silvio Rodríguez, y la denunció como agente de la seguridad cubana.

–¡Jijos! Ésa no la sabía...

–Tal como lo oyes. Estaba con ella en su casa y, en medio del faje, oyó la canción que dice: “…no he estado en los archivos ni en las papelerías / y se me archivan en copias y no en originales”. La Cruz Roja se lo llevó echando espuma.

–Te digo que es un numerito. Un día llegó a la consulta con la autoestima hecha cuadritos. Un escritor lo había tratado en su blog de sucio, descuidado, con mirada extraviada...

–¿Pudiste ayudarlo?

–En realidad, me limité a recordarle la ley de Hoffer: cuando las personas tienen la libertad para decir lo que quieren, suelen imitarse unas a otras. ¡Para qué!... Saltó del diván, me insultó y se fue dando un portazo.

–Yo le hubiese recordado el pensamiento aterrador de Grelb.

–No lo conozco.

Ochenta por ciento de las personas se consideran mejores conductoras que la media.

–¡Y qué! ¿El veinte restante trata de perfeccionarlas? En una ocasión, Octavio Paz acusó de plagio a Tomás Segovia y mi paciente, oficiando de merolico, propuso el diálogo entre ambos.

–Buena iniciativa…

–Sí, pero no hubo debate. Segovia estalló: ¡dile a Paz que chingue a su madre! Ofendido, el merolico le hizo la cruz. Pero el día en que murió Segovia, sollozó dos horas en el diván y acabó con mis klínex.

–A tu juicio… ¿qué obsesiona al cazador de plagios?

–Mira. Sólo conozco a mi paciente, y suelo preguntarle a causa de qué sus denuncias excluyen a los cuates. ¿Meros celos filológicos o académicos? Me late que el ruido en torno al último galardón del Villaurrutia, por ejemplo, sintoniza con los ataques de la iniciativa privada contra la UNAM.

–¿Y en cuanto a su sique?

–Compleja. ¿Será que la conciencia de poseer una vasta cultura, pero sin valor agregado, agrava su estado de ansiedad permanente?

–El tipo debe de sufrir como endemoniado…

–Y mucho más desde que lo abandonó su mujer.

–¿La amaba?

–Sólo sé que un día ella le dijo: ¡eres igual a todos!, y casi muere estrangulada.

–La mía me lo dice a diario y no pasa nada.

–Bueno… Tú nunca fuiste original.

–¿Crees que cualquiera puede ser un cazador?

–No… cuidado. Se requiere de cierta malicia y onanismo intelectual.

–Explícate.

–Mira: si un cazador se rige por las palabras de Jehová en el Jeremías, estoy contra quienes se roban mis palabras unos a otros… ¿a causa de qué recurre al libro que ha sido plagio de los plagios? ¿No que se la da de original?

–¿Y en el caso de tu paciente?

–Desdoblamiento puro: servil con el de arriba, prepotente con el de abajo.

–Por la plata baila el perro, y el gato sirve de guitarrero.

–¿A quién plagiaste ahora? Si nos apegamos a la definición literal de plagio, de Hammurabi a Wikipedia todo lo escrito habría sido hurto, copia y robo de ideas y obras ajenas.

–¿Y si el plagio es evidente?

Vanidad de vanidades... Algunos se jactan de que todos los grandes plagiaron alguna vez, y otros se enredan con explicaciones que excitan a la jauría intelectual.

–¿Conclusión?

–Copiar datos, ideas sueltas o comentarios obvios es fácil. Lo imposible es plagiar el estilo y el lenguaje del otro. Atributos que, paradójicamente, cualquier lego distingue mejor que los fanáticos de la inmaculada concepción. Azorín dijo: sin injertos no hay en el árbol fructuosa fecundidad. ¿Alguien le exigió citar el nombre del campesino que, seguramente, tomó la sentencia de sus abuelos?

–En días pasados leí que una diputada de la oposición venezolana acusó a Hugo Chávez de ladrón. El comandante respondió: águila no caza moscas.

–Igual contestó Octavio Paz cuando Rubén Salazar Mallén lo acusó de plagio: el león devora al cordero.

–¿Tu fuente?

–Adivina. Mi paciente está algo paranoico, pero sabe un chingo.