n la transitada calle de doble vía, la fila de coches se detiene por completo. Quince minutos después, con la venia de un vecino que fisgonea desde la planta alta, estaciono el vehículo en la entrada de su garaje y sigo a pie.
Metros adelante, la policía despliega cintas amarillas, acordonando el lugar. Sobre el asfalto, en charcos de sangre fresca aún, tres jóvenes abatidos por quién sabe
. Santiguándose, la señora de una tienda los cubre con cartones de cerveza. El oficial a cargo ordena a un patrullero que se traslade a las guarderías y escuelas cercanas, con el fin de aguantar la salida de los niños.
A la entrada de la escuela, papás y mamás se consuelan: menos mal
que nuestros hijos no fueron testigos del crimen…. ¡Ja! No bien se abren las puertas, la excitación de los niños resulta incontenible. Todos han oído el tiroteo, todos piden ver a los muertitos
.
La endemoniada topografía de Cuernavaca me obliga a tomar un taxi, dando un rodeo para regresar al punto de partida. En tanto, mi hijo rezonga porque no puede ver a los muertitos
. El chofer inquiere:
–¿Asistió usted al evento
?
–¿Cuál evento
? ¡Hay tres muertos!
–Pos sí, la seguridad
está canija…
¿Qué será más desquiciante?: ¿el discurso del poder mediático que emplea eufemismos (crimen organizado
) para nombrar esta guerra
importada de Washington? ¿O el discurso del todavía no presidente electo que anuncia más guerra
contratando como asesor a un policía de Colombia que en su país ha sido denunciado como cómplice del paramilitarismo y el narcotráfico?
Pensándolo bien, nuestro pueblo se las ingenia de maravillas para nombrar lo innombrable, lo indecible, lo implosivo de la vida cotidiana. Recuerdo, años ya, la extraordinaria exposición montada por la inolvidable escultora Helen Escobedo en el Museo de la UNAM: La muerte: expresiones mexicanas de un enigma.
El monero Naranjo promovió la muestra dibujando a un charro de mirada agresiva, limpiándose los bigotes con botella de tequila en mano, y un pie apoyado sobre una calavera en cuya frente decía: Me vale.
¿Será verdad que la virtual institucionalización de la muerte violenta interesa cuando matan a los conocidos, mientras se induce al México profundo
a padecer la suya con resignación beata? ¿Cuánto de seudoantropología social habrá en esta verdad
que los impostores de la historia remontan, mañosa y fatídicamente, a la piedra de sacrificios de Tenochtitlán?
Como miembro de la raza que se intoxica de información
, en los días previos a los comicios presidenciales compré Nexos, Letras Libres y Este País. Pero en la cafetería a la que suelo concurrir me fue imposible hojear las revistas de los que saben
. A David, joven mesero de 19 años, le encanta platicar. Y a mí también.
–Bueno: ¿a quién le vas el próximo domingo?
–No lo sé… ¿y usted?
–A López Obrador.
–Mi esposa también le va a López Obrador.
–¿Y tú no?
–Me gustaría… pero no puedo.
–¿Cómo que no puedes?
–En la colonia, los amigos que me quedan (sic) le van al PRI.
–Y los otros qué… ¿se mudaron?
–No, se los llevó la chingada. A dos que cursaron la prepa conmigo, los mataron en Guerrero. Y otros dos, más chavos, viera usted las naves que traen. Portan armas que dan miedo. El año pasado mataron a la familia de un viejo que distribuía droga. Pero con nosotros son amables.
–¿Y eso qué tiene que ver con el PRI?
–Quién sabe… Algunos dicen que con el PRI estaremos más seguros que con la policía.
–¿La policía no ayuda?
–¿A quiénes? Cuándo ellos visitan la colonia, el patrullero desaparece.
David, sobra aclarar, no tiene el privilegio de pertenecer al movimiento #YoSoy132. Y de querer, no podría. Mantiene a su madre, esposa y bebé. David pertenece al 26.4 por ciento de la población que, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), tiene de 15 a 29 años de edad: 30 millones de jóvenes.
De ajustarnos a los análisis estadísticos de los que saben
, chicos como David no figuran entre los desempleados citadinos de un país que ocupa el cuarto lugar que en América Latina pertenecen a hogares pobres encabezados por padres jóvenes. Tiene trabajo
: con propinas, junta cinco mil al mes. En cambio, sus amigos
multiplican por cinco sus ingresos mensuales.
–David: ¿alguna vez tus amigos te han ofrecido trabajar con ellos?
–Siempre lo hacen. Pero no quiero.
–¿Y qué te dicen?
–Nada. Se ríen.
–¿No temes amenazas? Después de todo, sabes muy bien quién es quién y a qué se dedican.
–A mí y otros chavos nunca nos han amenazado. Pero ellos también nos conocen porque nacimos y crecimos juntos. Y el que le entra, le entra…
¿Para qué gasto en estas revistas que se especializan en reforzar las tuercas de la explotación y el control democrático
de una sociedad que lleva tantos años debatiéndose en los subsuelos de la ignominia nacional?
Si saco conclusiones apresuradas de los cómputos oficiales del IFE, concluyo que las fuerzas conservadoras y reaccionarias del país son invencibles: 33 millones sobre poco menos de 16 millones de sufragios. Mentiras. No les creo nada.