n una reciente edición de la versión inglesa de Der Spiegel (la revista semanal más leída de Alemania) se incluye una feroz crítica a los banqueros, empresarios y funcionarios españoles, culpables de la crisis que atraviesa la economía y la mayoría de los ciudadanos de ese país. Entre otros datos se cita el caso de un taxista al que le dieron un crédito hipotecario de 200 mil dólares cuando al mes sus ingresos no superan mil 200 dólares. ( www.spiegel.de/international/what happened to the Spain where I was born? ) Otras publicaciones de prestigio también recogen la opinión de especialistas que revelan la dimensión de esa debacle; cómo los culpables siguen tan campantes negociando salvar las instituciones que apenas ayer hacían aparecer muy solventes, ejemplo de buen manejo y, en el colmo del cinismo, cobrando por su exitoso
trabajo salarios y bonos estratosféricos.
Ese sistema financiero, con los bancos a la cabeza, ha tenido un importante papel en lo que hoy es la Riviera Maya, en Quintana Roo. Y también en Cancún. Quien fue cabeza del sector empresarial en esta última ciudad, don José M. Campos, me cuenta que los enviados de esas entidades llegaron a fines del siglo pasado con la arrogancia y el sentido de superioridad de un conquistador. Con el poder del dinero y la complacencia de nuestras autoridades construyeron donde quisieron, sin consideraciones ecológicas y sociales. Agrega que con sus socios locales edificaron y vendieron condominios que nunca terminaron o lo hicieron por debajo de lo prometido. Y que no es un secreto que el boom del ladrillo sirvió para lavar dinero del narco. Esta práctica se repite en varias islas del Caribe, Centroamérica y América del Sur.
Y mientras en España el gobierno trata de enfrentar la crisis aplicando el recetario elaborado por los que manejan las finanzas de la Unión Europea, se oculta que no pocos hoteles ubicados en América Latina pertenecientes a las cadenas ibéricas están técnicamente en quiebra por mal manejo o problemas de flujo de caja. Invertir, prestar sin mirar a quién y cobrar elevados salarios fue práctica establecida por la cúpula bancaria a sabiendas de que las pérdidas las cubriría eventualmente el gobierno o la Unión Europea. Mas al final es la gente la que paga los platos rotos.
Este tipo de préstamos o inversiones directas de las que tanto se ufana uno de los bancos españoles con presencia en México, son flexibles. En la hoja de balance pueden reportarlas con el valor invertido (menos amortizaciones normales) y lucirse como campeones de las finanzas. Pero si las mismas inversiones y préstamos se consideran a su valor real, el banco puede presentar un balance tan negativo que el gobierno español no podrá hacer otra cosa que salvarlo. Como estamos viendo, para esos bancos se trata de un juego en el que siempre salen ganando, pues, como ocurrió en México con el Fobaproa, las pérdidas las cubre la población. Con las inversiones internacionales es básicamente lo mismo, a una escala mayor y más fácil de manipular. ¿Quién va a viajar por el mundo valuando cada inversión?, se pregunta mi amigo Campos.
Por eso no debe sorprender si pronto nos enteramos de que un buen porcentaje de los hoteles y otras inversiones hechas en ultramar no rinden las utilidades esperadas. Por mal manejo o porque generarlas no fue el objetivo de sus promotores. En ciertos casos, lo fue convertir dinero sucio en legítimo. De ser así, los balances de los bancos registrarán pérdidas más abultadas de las que hoy reportan. También es posible que exageren la devaluación de sus bienes para obtener más dinero de los fondos de rescate. Cualquiera que sea la situación, la realidad es que el sistema bancario español huele mal. Y que la ayuda que se acuerde para salvarlo no debe terminar en las manos y los bolsillos de los mismos que causaron la debacle. Todos deben estar sujetos a una rigurosa auditoría.
A los daños financieros, sociales y culturales de la crisis española deben entonces sumarse los ocasionados en la franja costera del Caribe de México vía las manos libres otorgadas a las inversiones procedentes de la península. No son pocos y, en algunos casos, son irreversibles.