s verdad, el triunfo en el futbol olímpico, con medalla de oro, simbólica y realmente ha significado para muchos la evidencia de que el ya merito
se puede superar y alcanzar enteramente los objetivos propuestos. Más que bien, puesto que la presencia de México en los juegos de Londres culminó con la victoria sobre uno de los países cuyo futbol ha sido emblemático durante muchos años. Pero más allá de este triunfo, que podría examinarse en detalle, creo que vale la pena resaltar el muy buen desempeño de México a lo largo de sus encuentros futbolísticos, y obtener alta calificación por su orden perseverante, por su calidad sostenida, por el continuo serio de su organización (tal vez más que por las exhibiciones aisladas y brillantes
de tal o cual jugador, probablemente con la excepción del portero Jesús Corona).
Se dio entonces unidad organizada en un conjunto que se proponía una meta que no era fácil realizar. Se logró, no obstante, el fin justamente por los medios puestos en marcha, con un matiz que volvió a expresarse fuertemente, y por excepción, en el medio deportivo mexicano: la mezcla de expresiones deportivas y políticas. La última que recuerdo, como si fuera ayer, fue la inauguración del estadio Azteca por Gustavo Díaz Ordaz, poco tiempo después de la tragedia de 1968. El estadio se llenó de una silbatina tan intensa que todavía debe de estar en lo profundo de los oídos y de los huesos del mandatario fallecido. No, ahora no ocurrió lo mismo, tal vez porque faltó la concentración y la dimensión del espacio, pero el hecho es que en infinidad de lugares se mezclaron los vivas
a México por el futbol con el repudio tajante a la elecciones del 1º de julio y sus aparentes resultados oficiales. Mezcla igual de júbilo y optimismo por un lado con la indignación y el repudio frente al último hecho electoral, y un buen numero de rechazos a la persona de Peña Nieto y al PRI en general. El deporte más popular del país mezclado en sentido inverso con una de las elecciones más impopulares de que se tenga noticia, a pesar de las campañas publicitarias que las exaltan como casi ideales, insuperables.
Ante el espectáculo, algunos compañeros se hacían cruces de las enormes dificultades a que se enfrentará el próximo gobierno, muy probablemente el gobierno de EPN, si es que auténticamente ocupa la más alta magistratura. No sólo los fuertes problemas que vive el país serán sólo algunas de sus mayores dificultades, sino las cuestiones de legitimidad, aceptación y rechazo que ya enfrenta Peña Nieto ante la sociedad mexicana. Por supuesto, él mismo y su equipo de asesores le darán el mínimo valor posible a estas cuestiones adversas, y tendrán en sus planes positivos alinear
masivamente a las organizaciones populares (campesinos, obreros, clases urbanas medias), para dar justamente la impresión de un enorme apoyo popular organizado. Todo esto es posible, sobre todo cundo el dinero y otros recursos no son un obstáculo. Pero el hecho grueso es que, no obstante esos cuantiosos recursos, el repudio y la sospecha de una elección amañada seguirán estando presentes en la conciencia de muchos mexicanos, del PRI y de otros partidos políticos.
El problema de todo presidente de la República es que prácticamente no ha podido salir del primer círculo de sus amistades y seguidores fervientes, para quienes todo es color de rosa, y salir un poco al terreno más real donde se expresan con más franqueza las críticas y disidencias. Por sus antecedentes y biografía eso no parece fácil: trascender las legiones de incondicionales e ir al terreno más genuino, donde se expresan abiertamente críticas y disidencias.
Con una preocupación mayor, que apenas quedó disimulada en estos días por la euforia futbolística: la preocupación de que el repudio a las disidencias y a las críticas por el primero o segundo círculo de amigos del candidato-presidente pudiera convertirse fácilmente en actos represivos de la disidencia activa. ¿Se llegará tan lejos? ¿Se llegará al punto en que los movimientos sociales en México, que es el modo en que se expresará de manera más abundante y normal
la vida política del país, hoy de cualquier país, sean convertidos en actos delincuenciales reprimibles? El peligro existe si no reina en el equipo de Peña Nieto un necesario equilibrio y madurez, del cual no parece haber dado hasta ahora demasiadas muestras.
El problema en el horizonte para EPN y su equipo, y para la ciudadanía, es que los enfrentamientos puedan multiplicarse y que unos sigan a los otros en una escalada difícil de controlar, y que México viva entonces una época que inevitablemente será de gran inestabilidad, de enfrentamientos y de escasos acuerdos.
Hoy se dice que México tiene una ancha ventanilla de oportunidades económicas que deben aprovecharse, por encima de nuestros competidores latinoamericanos. Lo que no se ve es que esa ventanilla de oportunidades ha sido definida en función de una mayor concentración de capitales, y no en una mayor redistribución de los mismos, lo cual es absolutamente imprescindible. Todo el desarrollo del país, por expertos independientes
y por los equipos oficiales, muchos de ellos que serán parte del próximo gobierno, está enfocado esencialmente a una acumulación de capitales exclusiva
, es decir, con la exclusión
de los más grandes sectores del país. Y esto será el motivo central de los desacuerdos e incluso de los enfrentamientos que presenciaremos el próximo sexenio.
Tal es el punto flaco y más peligroso al que nos enfrentamos. Que la acumulación extrema de capitales, como ha ocurrido durante décadas, sea el único método
de desarrollo del que nos valgamos y que dejemos de lado los también muy variados instrumentos para hacer del desarrollo una sociedad más equilibrada y armónica, y más justa.