a canciller de Alemania, Angela Merkel, descartó ayer que el encuentro que sostendrá el próximo viernes con el primer ministro de Grecia, Andonis Samaras, derive en decisiones importantes respecto de nuevas medidas para solucionar la crisis económica que padece la nación helénica y que afecta a toda Europa. A renglón seguido, la mandataria sostuvo que aguardará a conocer el informe más reciente de la troika –integrada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional– sobre el avance de las medidas de ajuste impuestas al régimen de Atenas a cambio de asistencia financiera.
Horas antes, en entrevista con el rotativo alemán Bild, el premier helénico había afirmado que sus reuniones con funcionarios europeos de alto nivel –el representante de los ministros de finanzas del viejo continente, Jean-Claude Juncker; el mandatario francés, François Hollande, y la propia Angela Merkel–, las cuales se iniciaron ayer y continuarán hasta el sábado, serían una oportunidad para que su gobierno obtuviera un poco de aire para respirar, para poner en marcha la economía y aumentar los ingresos del Estado
, en alusión a su solicitud de ampliar el plazo para el cumplimiento de las metas impuestas por Bruselas en materia de equilibrio fiscal y deuda soberana. Con ese telón de fondo, la intempestiva declaración de Merkel derrumba las expectativas positivas que se habían generado en torno a los encuentros referidos; exhibe a éstos como carentes de sentido y muestra, para colmo, que junto a la inflexibilidad y la dureza mostradas por las instancias europeas ante las instituciones públicas y la población griegas hay una vocación de maltrato, de ninguneo y hasta de humillación internacional.
Todo ello, pese a que el gobierno de Samaras, emanado del partido derechista Nueva Democracia, se ha caracterizado por su sometimiento a los dictados de la troika europea y ha continuado, en los dos meses que lleva en el cargo, con los recortes al gasto social, las privatizaciones y los sacrificios adicionales para la población en general adoptadas por sus antecesores, no obstante que esas directrices se han revelado manifiestamente inútiles para tranquilizar a los mercados y para desactivar el riesgo de una recesión a gran escala y que se ha comprobado su potencial desestabilizador y generador de altísimos costos sociales y humanos. Si el temor difundido en junio por Berlín y Bruselas ante un eventual arribo al gobierno de Atenas de la formación izquierdista Syriza –la cual ofrecía una política económica heterodoxa para salir de la grave crisis en que se encuentra el país helénico– constituyó una indebida intromisión en la vida política y los procesos soberanos de esa nación, ahora, con pronunciamientos como el referido, el gobierno alemán alimenta la perspectiva de la ingobernabilidad y el pasmo institucional en Grecia, y se erige, de ese modo, como factor de desestabilización en aquel país.
En suma, la situación de la Grecia contemporánea constituye un ejemplo del verdadero talante del modelo económico vigente a escala planetaria: puesto en situación de emergencia, e incluso en periodos de relativa normalidad, el neoliberalismo deriva en el sometimiento de los países más débiles y dependientes a los dictados de gobiernos extranjeros, órganos financieros internacionales y entidades privadas, y en la consecuente erosión de los principios básicos de representatividad política y soberanía nacional.