uego del atentado a las Twin Towers de Nueva York (2001), Washington y Tel Aviv impusieron al mundo la doctrina de guerra preventiva
. Desde entonces, cualquier señalamiento o condena a sus políticas genocidas, es calificada de terrorista
o antisemita
.
En curiosa sincronía, la Agencia Judía de Israel (Sojnut) y la Organización Sionista Mundial relanzaron en aquel año el programa de inmigración (aliyá), ofreciendo ayuda a los que aceptaban participar en la ilegal, sigilosa y sostenida apropiación de lo que resta de Palestina (Gaza, Cisjordania, Jerusalén este).
La mayor parte de inmigrantes provenían de Rusia y Europa central. ¿De dónde empezaron a llegar desde 2001? ¿De las clases medias israelíes que resentían el látigo del modelo neoliberal, al tiempo de intuir que sus gobiernos resultaban más peligrosos que los chicos malos de Irán, Hezbolá y Hamas?
El carácter neocolonial y dependiente de la militarizada sociedad israelí se sustenta, totalmente, en la ayuda estadunidense. Sin embargo, en lugar de soldados, la conquista de territorios demanda, como en la época de las Cruzadas, de fanáticos imbuidos de una mística guerrera. O sea: de paramilitares.
Perfil ideológico que, paradójicamente, anda de capa caída en la única democracia de Medio Oriente
. Así fue que, a más de los tradicionales de Argentina y Brasil, de América Latina arribaron contingentes de indígenas o campesinos de la subregión andina, que adherían a sectas cristianas con tradiciones judías y aseguraban descender de las diez tribus perdidas
de Israel.
Mitad de realidad histórica y mitad de fantasía, la milenaria historia de las tribus perdidas
(que en el nuevo mundo
encendió durante siglos el imaginario de los cronistas) arranca cuando Sargón II (rey de los asirios) destruye y dispersa los pueblos hebreos del norte de Palestina (721 aC). En tanto, las dos tribus de Judá (al sur) serían llevadas en cautiverio cien años después por Nabucodonosor (rey de Babilonia), y liberadas por Ciro II El Grande, fundador del imperio persa, en 538 aC.
Tan interesante
como las revistas que ojeamos en la fila del súper, el mito ha sido de mucha utilidad para los servicios de inteligencia de Israel, que en el mundo buscan colonos
con el perfil ideológico referido más arriba para sus asentamientos ilegales en Palestina.
En México, algunos papás y mamás sionistas cuentan a sus niños que Dios dijo a Moisés: “…busca la Tierra Prometida y funda mi ciudad en una gran laguna donde encuentres un águila sobre un nopal devorando una serpiente…” Pero si los niños repiten la historia en su escuela y los compañeritos se ríen, los sionistas montan una campaña internacional para denunciar el avance del antisemitismo en México
.
Los rabinos serios niegan que los miembros de las tribus perdidas son parte del mal llamado pueblo judío
. No obstante, entidades como la mesiánica Amishav (Mi pueblo retorna) se esfuerzan en localizar a sus descendientes
. Mientras, personajes como Enrique Krauze, creáse o no, usa la leyenda para pegarle a Hidalgo, Juárez, Andrés Manuel López Obrador y otros redentores
(Letras Libres, abril 2010).
En Cisjordania, el periodista Grez Myre entrevistó para Associated Press (Ap) a Mariano Pérez, uno de los cien indígenas de Perú convertidos al judaísmo por rabinos israelíes. Mariano siguió un curso de hebreo veloz en Trujillo, cambió de nombre y hoy se llama Mordechal. Tras ser aceptado como ciudadano judío
, los sionistas le entregaron una metralleta y lo enviaron junto con su familia a la primera línea del frente.
Mordechal confesó a Myre: “Te entra algo de miedo, todo el mundo se sentiría algo asustado… pero nos da igual. Venimos por una sola razón: estar cerca de Dios” (Ap, 9/7/02). En todo caso, el converso andino consiguió en el asentamiento
de Karmetsur lo que los refugiados palestinos exigen desde 1948: tierra, hogar, derecho a la autodefensa, frigoríficos llenos de comida, escuela para sus niños y exenciones tributarias.
A estas alturas, algún lector observará que, en realidad, a Israel le interesa importar guerreros de América Latina. Pero en el mundo de la globalización excluyente, el intercambio es dialéctico. Y un modo de ejecutarlo consiste en recurrir al terrorismo mediático que nos habla de la presencia de células de Hezbolá
o de asesores militares de Irán
en las regiones y ciudades donde viven comunidades islámicas importantes.
La penetración sionista en las comunidades indígenas responde de maravilla a los objetivos del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, que en su informe de 2005 menciona al “indigenismo militante asociado al antiamericanismo” entre los peligros potenciales para la seguridad hemisférica
.
En los próximos artículos ampliaremos los temas analizados en los casos de Venezuela y Bolivia, países a los que la propaganda sionista (hasbará) señala como filiales del terrorismo iraní
.