l extraordinario texto de Pablo González Casanova, Luis Villoro y Gilberto López y Rivas muestra la trascendencia de la experiencia autonómica de las comunidades mayas zapatistas y la necesidad imperiosa de que se detenga la embestida contra las mismas. La exigencia está clara, como la solidaridad expresada, lo que tenemos que plantearnos es como imponer a los Otros el respeto a Ellos y a nosotros.
A estas alturas la afectación a todos los pueblos indígenas del país es una evidencia contundente del rumbo que los Otros han impreso a la nación: el Estado, aliado del capital nacional y transnacional, opera de manera cotidiana las estrategias de contrainsurgencia a través de grupos paramilitares, criminalización de movimientos y liderazgos, tácticas de divisionismo y o cooptación. También debemos preguntarnos si la fuerza lograda por el zapatismo, que en su momento contribuyó a visibilizar a los pueblos del mundo, hoy puede volcarse en justa reciprocidad solo hacia ellos o si debería pensarse en promover la unión con quienes son parte de Ellos, pues los Otros, se llamen como se llamen, sea cual fuere el partido político que los postuló, utilizan la misma estrategia localmente para desarticular globalmente las autonomías.
El enorme simbolismo de la experiencia autonómica de las comunidades mayas zapatistas puede servir de ancla para que su defensa lo sea conjuntamente con el resto de pueblos indígenas bajo el asedio de los Otros. Sólo recordemos la férrea negativa zapatista al intento gubernamental de chiapanizar lo que serían los acuerdos de San Andrés. Ya conocemos el resultado: si bien se impuso al Estado una agenda nacional, éste sigue operando regionalmente a través de gobernadores, para favorecer la confrontación social y mostrar el consabido argumento de los conflictos intracomunitarios
. La masiva exigencia de la sociedad por la paz con justicia y dignidad que se expresó en 1994, en solidaridad con los mayas zapatistas, hoy parece diluirse ante el cúmulo de frentes de resistencia ante las agresiones de los Otros. La emergencia nacional es amplia, indígena, campesina, obrera, estudiantil, magisterial, entre otros sectores, como también lo es la de Chiapas, donde las agresiones no solo están dirigidas a las juntas de buen gobierno de Morelia, La Realidad y Roberto Barrios, contra la comunidad autónoma zapatista Comandante Abel, del municipio autónomo La Dignidad; también están los presos políticos Francisco Santiz López o Alberto Patishtán Gómez. Los días recientes también el Centro Indígena de Capacitación Integral-Universidad de la Tierra (Cideci-Unitierra), en San Cristóbal de las Casas, ha sido hostigado por una patrulla militar, y en el municipio de Chicomuselo se realizó el intento de despojo de 300 hectáreas que miembros de la Organización Campesina Emiliano Zapata-Democrática Independiente dirigieron en perjuicio de la Organización Proletaria Emiliano Zapata-MLN, hechos que ha denunciado la Plataforma Chiapas por la Paz con Justicia y Dignidad. Por otra parte, en Guerrero, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria (CRAC-PC) se enfrenta a conflictos cada vez más complejos, con actores que sirven directamente o indirectamente a los Otros; ni qué decir de Michoacán, con la experiencia autonómica de Cherán o la resistencia en Ostula; los wirrárikas también se defienden frente a los embates de las mineras que son parte consustancial a los Otros. O las comunidades rarámuris, que los próximos días realizarán su tercer encuentro para afinar estrategias de defensa territorial. Los Otros no se detendrán si la fuerza de Ellos y Nosotros no es suficiente para imponerles la paz, si el resto de la sociedad avasallada no asume, como lo hizo en 1994, que luchar con Ellos tenía sentido para la dignidad de todas y todos. Los Otros se sienten seguros: la imposición es un hecho; no importan los valores, no es su juego, menos si esos valores son profundos y no convertibles a monedas de cambio retórico; el interés está puesto en profundizar el proyecto neoliberal a toda costa, por todos los medios. No es casual que en este sexenio, en su final, el ocupante de Los Pinos rompió sus votos de silencio respecto al zapatismo y los pueblos indígenas para hablar de un libro de quien ha sido emblemático para el panismo e incluso, décadas atrás, para la lucha democrática y ahora pretende serlo para los pueblos indígenas, ostentando una labor dirigida a restar fuerza a las comunidades zapatistas.
En marzo de 2001, en el histórico cierre en el Zócalo de la Marcha por el Color de la Tierra, los representantes rarámuris regresaron a sus comunidades a contar que Ellos son muchos, que ya el subcomandante Marcos los nombró a todos y ésa era una noticia que les daba esperanza. ¿Por qué no retomarla justamente cuando los Otros se preparan para cerrar el paso a las aspiraciones y proyectos autonómicos?