odo parece indicar que en el próximo régimen se volverá a mantener en el primer plano de importancia a las relaciones exteriores. El presidente electo ha dedicado buena parte del tiempo a subrayar su presencia en diversos foros de expresión en esa materia, revitalizando el contacto personal con los mandatarios de países con los que, si bien se habían mantenido relaciones, formalmente, no se había expresado con claridad el interés del presidente electo, aun antes de tomar posesión del cargo más importante de nuestro sistema de gobierno.
Es elemental advertir, que no habiendo recibido él mismo los símbolos del ejercicio del poder –la banda presidencial, por ejemplo– esté ya mostrando su decisión de fortalecer la modalidad del contacto personal con sus homólogos, en vez de hacerlo por conducto de un secretario de Relaciones Exteriores, quien todavía, por razones muy explicables, no ha sido ni siquiera señalado en grado de intención, y consecuentemente, tampoco se sabe si el embajador correspondiente será ratificado en el cargo, o remplazado. Lo cual dependería de su desempeño actual, y será de mucha importancia también, pues en ese momento se dará a conocer la política que se llevará con ese país, al cual ya desde ahora se sabe que será uno de los preferentes en la región.
Lo que nos queda claro es que a Enrique Peña Nieto las relaciones exteriores le interesa llevarlas o dirigirlas en persona, y que está consciente de que la oportunidad dice mucho en esta materia, que no puede dejarse para el final del régimen, en estos momentos en que hay en curso una crisis mundial, en la que México, indudablemente, tiene que optar entre dejarla pasar como observador pasivo, o tomar parte activa, en diversos grados –por supuesto– y actuar en el sentido que considere conveniente.
Es muy oportuno por lo mismo recordar algunas de las trayectorias que nuestra política exterior ha seguido, mismas que evocan sin duda nombres de qienes nos dieron en su tiempo, prestigio y autoridad moral, siendo como somos, un país pequeño, en términos relativos, y no una gran potencia, a la que su riqueza o su poderío militar, les da autoridad y presencia. Empezando por los integrantes permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. El tan discutible derecho de veto, que le da además el de pertenecer al club atómico que decide todo lo que hay que decidir en relación con la energía nuclear, habrá que empezar por llamarle por su nombre adecuado.
Luego está el derecho a lanzar guerras no declaradas. Ninguna guerra, en general, tiene resultados positivos o benéficos para nadie, con algunas salvedades importantes, como sería la defensa del territorio o de la soberanía nacional. Pero no podemos olvidar los casos de Vietnam, Irak o Somalia, en los que han entrado en juego, como factor decisivo para iniciarlas, intereses muy particulares, los que han sido fuertemente discutidos por los propios ciudadanos de la mayor potencia militar del planeta que las produjo, en condiciones muy especiales, y cuyos resultados finales fueron también muy dudosos. El caso de Irak sería motivo de muchas reflexiones, y de análisis más profundos que los hechos públicos, hasta ahora, y que huelen fuertemente a petróleo, mucho más que a legitimidad.
Otro tema que inevitablemente es de orden internacional es el narcotráfico. Se requiere trascender el carácter declarativo y la solidaridad ceremonial para llegar al terreno de lo concreto. Unos países son productores, otros se utilizan únicamente de tránsito, para llegar a su verdadero destino final, a los mayores mercados, pero en la mayoría de ellos, se siembran y se cosechan, o se producen en laboratorios bien montados y mejor ocultos, y en los menos se dedican solamente al tránsito hacia mercados mayores y mejor pagados, y se acompaña esta actividad de la que corresponde al comercio, a la fabricación y a la venta ilícita –pero encubierta por algunas autoridades– en ambos lados de la línea divisoria. En nuestro caso, el de México con el vecino del norte, ¿por qué no hay resultados concretos? Sencillamente porque a los dos lados de la frontera hay participantes en esta clase de actividades ilícitas, y los beneficios en ambas partes son enormes. Los intereses que se tocan en uno y en otro lado, son demasiado poderosos, y porque en ambos países, pero sobre todo en el vecino nuestro, la fabricación y el comercio ilícito con las armas, más modernas y más eficaces que las de nuestras fuerzas armadas, es un hecho innegable, y desgraciadamente forman parte, de una manera muy importante de su economía. Junto con las guerras. El índice de empleo y de desempleo depende en buena medida de la fabricación y venta de las armas.
En otros tiempos las guerras se producían para efectos de dominio territorial y de poder, muy principalmente. En la actualidad las actividades bélicas, han penetrado la economía de los países fabricantes, que presionan por la vía diplomática la compra de armamento, y no lo hacen únicamente para el uso de los ejércitos, sino también de los delincuentes.
Los mejores tiempos de la diplomacia mexicana fueron los de los grandes embajadores, como Luis Padilla Nervo, Rafael de la Colina; Manuel Tello y su hijo, del mismo nombre; Ignacio Castillo Mena; Isidro Fabela, y Alfonso García Robles. Y muchos otros que sería prolijo mencionar.
Ojalá que venga una nueva generación igualmente brillante, patriota y honesta, y que los principios básicos de nuestras relaciones exteriores, en diversos tiempos y latitudes, logren hacer una realidad los principios que nos dieron el respeto del que todavía algo queda, y el brillo que estos diplomáticos dieron a México, en los escenarios internacionales.