n esta temporada es costumbre casi ineludible en el periodismo cinematográfico señalar las películas más memorables exhibidas durante el año que concluye. Los criterios para hacerlo suelen ser azarosos: se omiten títulos importantes; entre ellos, documentales significativos; se mezclan cintas comerciales y cine de arte, pero en definitiva se convida al lector a que él o ella revisen a su vez los puntos de coincidencia o de desencuentro crítico con la selección propuesta.
A petición del colega Ernesto Diezmartínez (crítico de cine del diario Reforma), sometí para su blog Vértigo una lista que incluye diez títulos relevantes: Amour, de Michael Haneke; Alto en el camino, de Andreas Dresen; Tenemos que hablar de Kevin, de Lynn Ramsey; Una separación, de Asghar Farhadi; Las ventajas de ser invisible, de Stephen Chbosky; Después de Lucía, de Michel Franco; Metal y hueso, de Jacques Audiard; El precio de la codicia, de JC Chandor; Triste canción de amor, de Sarah Polley, y Todo lo que necesitas es amor, de Susanne Bier. Hoy añado a esa lista otras dos cintas mexicanas, una de ficción (Post Tenebras Lux, de Carlos Reygadas), y un documental (El alcalde, de Emiliano Altuna y Diego Enrique Osorno).
Debo confesar, sin embargo, que más que una mirada valorativa a lo exhibido en 2012, me interesa manifestar mis deseos para el año que se inicia en lo relacionado con la exhibición cinematográfica en México, tomando en cuenta el impacto insoslayable de la administración que concluye y las interrogantes sobre lo que para dicha exhibición pudiera deparar la política cultural del gobierno que hoy regresa al poder luego de 12 años de pretendida ausencia.
Por el momento todo es especulación en esa materia, y como no hay nada más especulativo que los deseos de un cinéfilo, adelanto aquí algunos de los míos:
Una nueva ley cinematográfica que realmente proteja al cine nacional en los terrenos que hoy le resultan más problemáticos, que son la distribución y la exhibición de las cintas producidas.
Una mayor exigencia crítica por parte del Imcine (Instituto Mexicano de Cinematografía) para cumplir con criterios de selección y filtros más rigurosos al apoyar a nuevas producciones, teniendo como meta principal la calidad de las mismas y no el engañoso mérito de la acumulación.
Una discusión crítica de los efectos negativos que ha tenido sobre el cine mexicano la firma del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, misma que ha permitido una hegemonía sin contrapesos de las cintas hollywoodenses, y la creación de un marco legal que favorezca una competencia menos desigual.
Un compromiso de Conaculta para que las muy costosas instalaciones de la Cineteca Nacional sirvan para proyectar exclusivamente cine de calidad, evitando el riesgo siempre posible de alimentar algunas de sus nuevas salas (diez en total) con películas de corte abiertamente comercial que tienen su espacio natural de difusión en los complejos cinematográficos cercanos. O peor aún, de clonar el concepto de esos mismos complejos que procura ennoblecer una propuesta mercantil con el dadivoso cálculo de asignar unas cuantas salas a la proyección de cine de arte.
Una iniciativa del gobierno de la ciudad de México para replicar en los espacios abiertos de cada una de sus delegaciones la experiencia que hasta el momento ha funcionado muy bien en la Cineteca Nacional: la proyección al aire libre de un repertorio de películas de calidad.
Una reactivación del muy incipiente circuito de cine clubes en la ciudad de México, diversificando sus propuestas y volviéndolas más atractivas para un público joven. A las tradicionales sesiones de debate podrían añadirse en el mismo cine club módulos de consulta individual con bases de datos que estimulen un flujo mayor de informaciones sobre los ciclos propuestos.
Una menor concentración de la oferta cultural en la ciudad de México en lo relacionado con la exhibición del cine de calidad. La zona sur concentra hoy no sólo a varios cine clubes, sino también un espacio tan ambicioso como el de la Cineteca Nacional, dejando en una virtual intemperie cultural, en materia de frecuentación del cine de arte, a tres cuartas partes del público capitalino.
Un combate racional y coherente a la piratería de videos, que paradójicamente es hoy también la mayor distribuidora de cine de calidad en el país, proponiendo la opción de videotecas delegacionales y proyecciones gratuitas con los mismos títulos que ofrece el mercado informal.
Un impulso editorial que favorezca la traducción y difusión en México a un precio razonable de la gran producción de libros de cine que se editan en el extranjero, así como la creación de revistas enfocadas al cine alternativo que sirvan de orientación y sustento didáctico para la formación de un público cinéfilo, ya que sin esa formación del gusto y de la exigencia crítica, nada de lo anteriormente propuesto o señalado tendría el menor sentido.
Twitter: @CarlosBonfil1