espués de opípara cena en el restaurante de San Ángel, camino por Altavista y descubro que la Luna de miel
de todos se onduló en el tiempo este sábado pasado y apareció luminosa como nunca, bajo el milagro del encantamiento. Ilocalizable me enloqueció. Luna que se tornaba ternura contenida y en su esplendor se volvía invisible de tanta luz en los ojos y se recreaba omnipotente. No había manera de contemplarla. Luminosidad en que todo parecía desbordado por la fuerza del instinto que iba al torrente solar de mirada amarilla caída naranja que imposibilitaba la unión. Sólo chispazos de liga carnal, tortura de no poder irrumpir.
Adivino en la caminata en el conventual San Ángel bajo el chisporroteo de la lluvia, el barrio más contaminado, los árboles como dormidos, la gente endurecida y los pájaros que aún quedan, que encogidos esponjaban sus plumas en la búsqueda de calor en los nidos. El viento lluvioso se transformaba después en vendaval para entonar el triste lamento de la soledad. El espacio falto de luz se entristeció, las nubes lloraban y todo adquiría tonalidad gris. Hasta que de improviso la Luna parió una nueva Luna –Turquía, China, India, Estados Unidos, Francia, México, etcétera– se llenó de luz única que traspasó ventanas y rendijas, iluminaba pinturas, diseños artísticos, y la arquitectura sin igual.
Ante este nuevo amanecer encontré ese amor oculto en mi espacio síquico, doble que redobló su doble, morena flor luz de luces toreras en la sangre, pechos levantados por el aire –aire que lleva aire– sed de su triángulo madera que extasiado revivía mañanas de sol y fiebre, embrujado por el maleficio de su mirada fosforescente como el infierno, pasión incontenible de injertos flamencos glandulares y bebedizos para acelerar el correr de la sangre y transmitir el fuego de la piel erizada más auténtica.
Luna única de buena veta que me dio dos que tres en la raya y es más salada que su pelo como enramada que le remata la mirada altiva y provocadora, sonrisa picaresca que se desbordaba en los labios carnosos como expulsados de la cara, que eran incitación al pecado, placer de lo prohibido, que para aquellos como el que escribe fueron sellados en tinta indeleble en las escuelas de religiosos a las que asistí que, nunca se enteraron y parece ser no se han enterado de lo elemental que me enseñó la Luna
, que los gatos los trae uno en la talega, y si es torera, en la taleguilla, o no se es no torero, ni torera, ni nada. Gatos que son necesarios para el retozo. Pantera rugiente fenómeno de la naturaleza, auténtica religiosa sensual.
¡Oh, Luna luminosa! felinos te acarician, cuando el sol te acompañó a la guitarra y preparabas tu taconeo al compás del canto, y limpiabas la voz con toses suaves, garraspeos y escombraduras de las amígdalas a ritmo con un parlamento lánguido, doloroso, que te cierra los ojos, alza la cabeza, ensancha el pecho, endurece los pezones y en ayes largos, lentos, llenos de pereza, anuncian el placer que transmites y ahí queda.
Para después encendida sentir con inquietud tus caderas, mientras el cuerpo me crece en una ese, que abarca y provoca giros indicadores de un ondular que quiere saltar la jaula que la aprisiona en lucha que es poesía y vibra como rayo, excitada por tu voz quejumbrosa, cargada de celos, misterio y pasión incestuosa, que nos ata y es rumor que se escapó. Incendio que no sabe dónde se está, ni lo que es el espacio ni el tiempo, es…