Iniesta
n la España futbolera llegaron de repente los chaparros. Y enloquecieron al redondo mundo terrenal. Demostraron que el buen gusto descansa más en la mente que en el músculo. Revolucionaron el juego gracias a gente como Rinus Michels y Johan Cruyff, holandeses soñadores y atrevidos. El padre de ellos, el culpable del fantástico desaguisado, se llama Stefan Kovacs, un viejo loco que decidió un buen día dar estética al futbol.
Ellos desafiaron las costumbres imperantes, se inclinaron por la hermosura del juego y fueron consecuentes con su locura revolucionaria.
Sin querer arribaron jugadores dizque endebles, diminutos y sin mayor esperanza de vida útil. El modelo es Xavi Hernández, mago de magos, un tipo singular porque es capaz de disfrutar como niño canchero lo que se supone es la máxima responsabilidad sobre el terreno de juego.
Y en esas aterrizó un fantasma manchego llamado Andrés Iniesta. Con él, el futbol tomó otra dimensión. Corre aunque no se note, disfruta aunque no parezca y hace sonreír sin cesar a quienes aman el buen gusto sobre la verde pradera.
Flota sobre la cancha quitado de la pena. Es humilde, derecho, pero cuando tiene la redonda se transforma radicalmente para hacernos gozar.
Iniesta pertenece a una estirpe en vías de extinción. Al igual que Xavi Hernández, Andrea Pirlo y Bobby Charlton, son futbolistas que piensan antes de actuar. Y eso no tiene precio. Son genios humildes, con querencia a disfrutar su chamba. Son ejemplo universal.
Iniesta es la síntesis de esa magia.