uando Carlos Monsiváis murió hace tres años su amiga Elena Poniatowska se preguntaba en voz alta “¿qué vamos a hacer sin ti, Monsi?” Y no se refería al justo reclamo de la amistad perdida, sino a ese telón de fondo que los historiadores a veces miran de reojo y que conforma el núcleo más dinámico de la sociedad misma: las minorías que se rebelan contra la inercia del establishment, del así son las cosas
… los eternos militantes, como los llamaba el propio Carlos recordando a Víctor Hugo, de las causas perdidas.
Cuando llevaron su cuerpo al Museo de la Ciudad y posteriormente al Palacio de Bellas Artes para velarlo y rendirle homenaje, allí estaban esas minorías: las mujeres indígenas del movimiento zapatista que hicieron suya aquella frase de no más un México sin nosotros
, el sindicato de electricistas con banderas rojas, consignas de sí se puede y puños en el féretro, los viejos comunistas con quienes marchó muchas veces por las calles de esta ciudad, los funcionarios progresistas, los homosexuales que reclaman su derecho a ejercer su sexualidad heterodoxa, las feministas que propugnan por el derecho al aborto o a la maternidad voluntaria, los universitarios que creen que la solución a nuestros problemas es la educación, los sin casa, los veteranos del 68 cuya justa indignación encendió la chispa del México democrático, las costureras cuyas miserables condiciones laborales nos las mostró terriblemente el temblor del 85 o los grupos de evangélicos que aún son apedreados y expulsados de sus comunidades por curas y caciques católicos y que fueron tolerados por gobiernos estatales y federales notoriamente durante los sexeniors de Vicente Fox y Felipe Calderón.
También estaban esas otras minorías más festivas sin las que Carlos no podía imaginar un futuro deseable: los coleccionistas de libros antiguos, la actrices de la farándula cuyas canciones y desnudos han hecho más por las causas de la mujer que muchas feministas de cubículo, los fotoperiodistas cuyo trabajo Carlos Monsiváis nos enseñó a valorar de veras, los moneros (que según Carlos eran especie aparte ) y muchos jóvenes pintores y escritores que encontraron la mirada atenta del más completo y complejo cronista que ha tenido esta ciudad.
Alguna vez le pregunté a Monsiváis en un programa que hacíamos para TVUNAM con Antonio Navalón qué le parecía la aparente pasividad de los jóvenes ante un país que cimbraba la pobreza, el desempleo, la violencia, el cinismo de una política ejercida como ejercicio patrimonial. Contestó que estaba un poco desconcertado, me dijo, porque por menos
los jóvenes del 68 salieron a las calles. No conoció desgraciadamente al movimiento #YoSoy132
ni a lo que ha quedado de él. Al terminar la grabación me dijo algo más: que no entendía cómo las distintas minorías no lograban integrarse con causas comunes.
Tenía razón. Las minorías generalmente luchan por objetivos particulares y dejan de ver lo común que su causa tiene con otras causas. Tal vez si compartieran sus SÍ esenciales y sus NO absolutos, podrían influir con mayor efectividad en la vida social. ¿O no es verdad que todas las minorías luchan esencialmente por la libertad, para creer en la divinidad que les plazca, la sexualidad que prefieran, o para ser madres o no cuando decidan?
Para Monsiváis, me parece, la construcción del futuro era una tarea de todos. Y más nos convenía participar activamente y no por omisión o bajo la lógica perversa del dejar hacer-dejar pasar porque si algo nos ha perjudicado es ese delegar en los otros el destino de todos.
Es cierto que nos falta Carlos, que aún nos preguntamos qué habría dicho por ejemplo sobre el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo, sobre los millones de Granier, sobre la disposición de Vicente Fox a vender mariguana cuando se legalice, de los usos y abusos de los presupuestos de cultura en la era calderonista, de la entrega de las llaves de la ciudad en Nuevo León a Jesús el Cristo, o de los documentos que nos han revelado los coqueteos que los jerarcas históricos del PAN tuvieron con el nazismo y aquí paro el inventario oscuro pues muchos lo pueden continuar.
Para Carlos recuperar la memoria a través de la crónica fue la posibilidad de mirar nuestro futuro anticipado, nuestro futuro que empezó ayer porque el hoy, motivo de la crónica, siempre se nos está yendo.
Y aunque nos falta su mirada crítica, su memoria increíble, su conversación que me hizo sentir como pocas veces la inteligencia como algo material (esa sensación la tuve con mi padre cuando yo apenas era un niño) tenemos su libros para continuar conversando con él.
No será lo mismo escucharlo con los ojos en silencio sin su carcajada de estruendo y su mirada que refulgía por momentos. No será lo mismo, porque ya no lo escuchamos mientras lo rodea una troupe de gatos y el teléfono interrumpe cada cinco minutos la conversación. No será lo mismo porque ya no le dirá a su tía María que vuelve al rato –y que podría prolongarse muchas horas– ni dará a su sobrina Bety un papel con garabatos para que los pase a una de sus tres computadoras y los mande a tal o cual periódico o revista. No será lo mismo pero seguro lo podremos seguir escabuchando en silencio en su memoria de tinta.