uego de la difusión de que la tasa de desempleo en Estados Unidos se mantuvo en 7.6 por ciento en junio pasado –el mismo nivel con el que cerró un mes antes–, el presidente de la Reserva Federal (Fed) de ese país, Ben Bernanke, dijo que el indicador está muy por encima de lo normal
; sostuvo que dicha situación justifica una continuidad de la política de flexibilidad monetaria de la entidad a su cargo (consistente en la compra mensual 85 mil millones de dólares en bonos de deuda pública, con el supuesto fin de inyectar liquidez a la economía) y descartó una modificación en la tasa de interés de referencia, la cual lleva varios años en niveles cercanos a cero por ciento.
El anuncio sobre la continuidad de las medidas de recuperación económica adoptadas por la Fed podrá ser efectivo para tranquilizar a los mercados financieros –los cuales, en semanas recientes, habían sufrido caídas atribuibles al anuncio de que el banco central estadunidense suspendería los estímulos mencionados–, pero también da cuenta, en forma paradójica, del fracaso de tales políticas para reactivar la economía del vecino país. En efecto, las acciones de la Fed no se han traducido en una caída pronunciada de desempleo ni han incentivado el crecimiento de la economía estadunidense, el cual se ha mantenido en niveles moderados desde el fin de la crisis financiera de 2008-2009. La razón fundamental de lo anterior es la ausencia de medidas y controles gubernamentales orientados a garantizar que el circulante emitido por la Fed durante los últimos años llegue a la economía real y se vea reflejado en los sectores productivos y en los bolsillos de los consumidores.
Por lo contrario, los planes de estímulo de la Reserva Federal han creado atractivas oportunidades de lucro para especuladores de deuda pública, y sus beneficios principales se han constreñido a los circuitos financieros de Wall Street y a los mercados cambiarios. Para colmo, el anuncio reciente de un posible fin a esas políticas ha generado intranquilidad en los mercados bursátiles –como quedó de manifiesto con los desplomes registrados a finales de junio pasado– y ello suma un nubarrón económico más en un entorno de por sí afectado por las dificultades económicas que enfrentan diversos países europeos, la consecuente desaceleración en la economía mundial y el riesgo del inicio de una nueva espiral recesiva.
El caso estadunidense es un ejemplo más del carácter fallido de las políticas de recuperación adoptadas por los principales gobiernos del planeta a raíz de la reciente crisis mundial: lejos de avanzar hacia una reformulación del modelo económico vigente, a efecto de terminar con el libertinaje que persiste en los mercados bursátiles e introducir elementos de control y racionalidad en el sistema financiero internacional, se han centrado en la aplicación de parches económicos financiados con recursos públicos que alientan la especulación en sus distintas vertientes, e incluso terminan auspiciando el surgimiento de nuevos factores de inestabilidad económica y financiera.